Shishiwit, shishiwit, es el sonido de
un silbido conocido que traspasa las paredes de mi casa. Era viernes por la noche.
Au ¿adonte vas? Voy con mis amigos a la plaza, además ya casi termino el colegio
y voy a pasear, salí de la casa diciendo eso a la vieja. En la otra esquina,
esperaban los demás amigos. Todos bien perfumados y algunos con brillantina en
el pelo. No hacía mucho frío. Esa noche teníamos que ir hasta El Molino, unas
compañeras del otro colegio organizaban una fiesta.
Siempre dos amigos nuestros llevaban
su linterna, la luz se apagaba antes de la media noche. No había taxi, mucho
menos automóviles en las calles desoladas. Casi una hora después ya estábamos dentro
de la casa. Un pequeño tocadiscos hacía sonar canciones de “Juaneco y su combo”.
Un “a con a” calentaba la garganta de cada mozuelo y de a pocos los pies se
animaban a bailar. Cerca a la media noche nos invitaron tamalitos verdes con su
café y para no quitar espacio en la pequeña sala, mi amigo, flaco él intenta
reposar su cuerpo en una pared forrada de periódicos y cae de espalda en la
única cama de aquel improvisado salón de baile. Los tamales y el café hicieron
suya de aquellas frazadas “tigre” y una colcha echa a crochet. Se acabó la
fiesta y tuvimos que salir por la vergüenza.
La noche era joven. ¡Vamos al Alonso”!
dijimos en coro. Hoy tocan “Los Cristales”. Cansa cansa llegamos al local, como
siempre estaba super lleno, una buena parte disfrutaba la fiesta dentro, otro
tanto mirando desde las ventanas. ¿A cómo estará la entrada? No seas huevón,
vamos por atrás, subimos la pared, nos deslizamos por los baños y salimos por
la cantina, me dijo, el más pendejo del grupo. Fuimos al bar, hicimos una
chanchita entre todos y compramos dos cervezas y cigarros. Mientras tomábamos
la cerveza y tragábamos bocanadas de humo, las chicas iban y venían por
nuestro lado. ¡Hola, Milagros¡¿Bailamos? ¡Para la otra, estoy con pareja!
Ahora que lo
recuerdo, en esa época había más varones que chicas creo. El famoso "Alonso de
Alvarado", era el único local de baile popular, todos tarde o temprano teníamos
que caer allí. Tenía una peculiaridad. El salón no era extremadamente grande ni
tan pequeño, pero se notaba como se dividían los grupos sociales. Bajando las
gradas a ambos lados, se ubicaban las empleadas a las cuales les decíamos “suzukis”
luego se popularizó con “Las natachas”. Al medio del salón, por un lado, los jóvenes
de quinto año y del pedagógico, con enamorados, cerca a la orquesta, los “pituquitos
de la ciudad” que no podías llegar. Era la zona “VIP”.
Entramos al
salón dispuestos a mover el cuerpo. La orquesta toca una cumbia de "Los Mirlos",
apresuramos el paso para sacar parejas pero antes de nosotros como torbellino
pasaban otros cuerpos que con anticipación ya habían pedido la pieza y te
quedabas parao como poste viendo lo que bailan y tú guiñando a alguna chica
para que te acepte la otra pieza. Mi amigo, me decía, ¡falta la otra que
viene, sea “La Plaga”, dicho y hecho, suena la plaga y mi pobre pata, tuvo que
mirar como se mueven los demás para hacer alarde de una destreza nunca antes
vista, al extremo que con lo húmedo del piso, se resbaló y tuvo que abandonar
la fiesta por la vergüenza que esto ocasiona, más aún, cuando no estás
preparado para pasarlo.
El más pequeño
(en edad) del grupo tuvo suerte de bailar pegadito una balada. Ese género
musical que te permitía pegar cachete con cachete, meter una pierna en el cuerpo
de la pareja y moverse lentamente al ritmo de la canción. Era el deleite, pegar
tu cara a una persona desconocida. Las palabras sobraban y uno hacía su propia
historia en la mente en los inmensos tres minutos que duraba la melodía. Al
otro lado del salón, dos compañeros ya estaban haciendo mancha y nos invitaban
a estar con ellos. Eran amigos dos años mayores que nosotros ¡Están debutando
cachimbos! Nos decían en plan de joda. Así se aprende, poco a poco van a ser
los dueños del salón. Sin imaginar las horas y el raído salón que quedaba poco
a poco vacío, una marinera era la señal que la fiesta terminaba. Ya no había chicas
para bailar y nos vengamos de todas. Nos unimos los seis patas: el torero, Nosferatu,
Mimi, la rana, el chinche, el perro y Terry a bailar “La chiclayanita” sin
pedir permiso a nadie, ni estar parado como cojudo y lo dimos tanto al baile
que sudamos como si toda la noche hubiéramos bailado.
Como buenazos, salíamos prosas del tono a tomar nuestro "calderón de gallina" en la Mara o la tía, Poquioma. ¡Tiempos aquellos!
5 comentarios:
La tarjeta de ingreso la imprimía en cartulina don Armando Vega en Jr. Tres esquinas, por lo general llevaba el texto Entrada: Caballeros 50 soles, Damitas una sonrisa.
O Damitas de cortesía
Te faltó detallar las noches de nuestros triunfos, que levantaba nuestro ego, cuando una chica aceptaba ser tu pareja toda la noche, eras el hombre más feliz y varonil de la fiesta; y otra las victorias que teníamos cuando cortejaban a una chica desconocida la esperabas afuera y eran las empleadas domésticas bien cambiadito y lindas chicas de los distritos aledaños, al día siguiente el amigo te joda, anoche te ví con una zuzuki.....per no importaba ella te hacía pasar noches inolvidables...está rica decías...
😂😂👍👍
Me encantó leer estas líneas, en donde no necesitábamos redes sociales para disfrutar la vida.
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