martes, 29 de septiembre de 2020

𝑴𝑰 𝑽𝑰𝑬𝑱𝑶 𝑪𝑨𝑵𝑫𝑰𝑳




No sé si con la vejez te apegas más a los recuerdos, así sean nefastos o es ese afán de redescubrir un mundo que poco a poco está pasando al olvido que te hace que regreses imaginariamente al pasado y evoques cosas y circunstancias que te marcaron la vida.
Era las cuatro de la mañana del primer lunes de junio y a primera hora de clase se tenía que dar examen de geografía con nuestro recordado "Pavo" Leyva, aquel maestro de los lentes cual lupa y de color verde que tenía un gran parecido a Kissinger, era severo con sus pruebas y si no sabías, la respuesta lo tenías un cocacho y con tiza de punta en la cabeza . De modo que la prueba se tenía que aprobar.
Con los ojos llictosos, me levanto de la cama, shala shala me lavo la cara y voy a mi cuarto de estudio donde ya me esperaba prendido mi viejo candil que vomitaba hilos de humo y se impregnaba en el cielo raso de la casa haciendo dibujitos con el tiempo y olía a querosene rancio, fuerte que te mareaba, más en la madrugada.
En mi cuaderno leía y releía los conceptos de la geografía, daba la vuelta al mundo un mi mapamundi y ponía "el dedo a la de Dios" y donde quedaba tenía que repasar la capital y las ciudades principales de ese país imaginario o recorría el Perú hasta saber de memoria los departamentos, provincias y distritos, no había otra forma de estudiar, más que apelar a la memoria y tomabas desayuno pensando en geografía, tu taza de café era una catarata o un rio aprendido, tu pan un pedazo de terreno de algún lugar desconocido que se quedaba en tu memoria que a la hora del examen se esfumaba por el terror y el pánico a esa pequeña tiza que se completaría de hacer polvo en tu cabeza.
Fui creciendo y se hizo un hábito levantarme muy de madrugada, muchas veces no había exámenes pero sí una lectura obligada y ya tenía una rutina: En el día, llenar el tanque con querosene, ver si la mecha está grande o pequeña, acomodar al constado de mi carpeta y tener una vela o la caja de fósforo para prenderlo. Era toda una ceremonia prender el candil. Me encantaba mirar el humo que se salía del interior de la capsula de vidrio, dejaba hilos negros que con el viento tenía formas. Unas veces era ave, otras veces caras sombrías y fúnebres, algunas mañanas de risas otras de lágrimas.
Ese candil me acompaño hasta mi adolescencia y se fue el baúl del olvido cuando una mañana entro a prenderla y mi perra "Ñusta" (pastor alemán) por la alegría de verme mueve vigorosamente la cola, alza sus patas y ploj al suelo. El kerosene se regó por la pequeña sala, el fuego se hizo llamas y al escuchar mis gritos mi viejo y mi mama shal shal echaron agua para evitar que se queme la casa.
Esa mañana, me bañé más temprano que nunca. Fue mi despedida accidental del candil que me acompañaba con su luz mis infantiles y adolescentes madrugadas. Felizmente mañana tendremos luz, me dijeron.
Hoy desperté pensando en mi viejo candil y lo añoré como nunca porque podrá haber luces de colores a tu alrededor, pero que no haya llamas que flameen en tu existencia de nada sirve, ya que sin luz todo es sombra, todo es vacío, todo es nada entre la nada

No hay comentarios: