miércoles, 5 de noviembre de 2025

El río no es mi amigo

  




Tengo  mala experiencia con él. Cada vez que viajo por sus orillas, la piel se escarapela, el corazón se acelera, el sonido de sus aguas son una sinfonía pero fatal. Dos veces estuve dentro de las aguas y ambas me llenó de pánico y temor. Les cuento.

    Con un grupo de vecinos, donde casi todos éramos varones y algunas chicas, acordamos ir al Utcubamba para bañarnos y de paso pescar las cashcas o carachamas, aquellas que en Centroamérica lo llaman pez diablo. Salimos un fin de semana, caminamos por El Molino, Pencapamba y llegamos al puente Utcubamba, de allí caminamos hasta la capilla de la "Virgen de Chuquichaca". Los más grandes pusieron velas, descansamos por un instante y al agua. Estaba cristalina , frío y poderoso.

    De tanto aprender a nadar en "La penquita", "la chirola" y hasta en el "Franco", tuve la osadía de cruzarlo. Puse toda la fuerza, calculé que braceando fuerte lo cruzaría de manera diagonal y así fue. Al regreso, sin salir de las aguas del Uctubamba, encima sin impulso, trato de regresar a mi orilla de inicio y una fuerza poderosa me arrastró unos cincuenta metros. Mi mente se nubló, veía todo borroso, una voz interior me decía que no me desespere, que respire con tranquilidad. Un impulso desesperado hace que llegue a la mitad del río y aprovechando un recodo, motivado por sobrevivir, logré salir y escuchaba a mis amigos gritaban de alegría. Salí con los tobillos rotos, de la planta del pie salía sangre. No había dolor pero sí miedo. Tenía 12 años.

    Ya casado y con mi primera hija, unos primos y hermanos menores me animan para ir de nuevo por la misma ruta y al mismo destino, pero no llegamos a la capilla. A la altura del fundo "Chemiel" no metimos a la chacra y ubicamos al río y un poco de playa. En esa arena gris, dejamos nuestra ropa, la meta era sacar cashcas y metíamos las manos debajo de las piedras. En quince minutos, había sacado como tres. Con la emoción me meto más al río, me agacho para meter las manos en las piedras y me resbalo. Una mano poderosa me agarró del pelo y me sacó de las aguas. Recupero la conciencia y de la zona donde intentaba pescar, unos veinte metros más abajo me rescataron. Salí del agua y vomité líquido amarillento. Era el agua que había tragado.



    De allí nunca más ingresé al río. Solo paso, lo veo de lejos. Me atrae, me atrapa su fuerza y la belleza de sus aguas, pero solo me atrevo a mirarlo de lejos. Me encanta eso sí, tomar todas las fotos que quiero y es placentero verlo en imágenes. Ayer pasaba por allí, me bajé a contemplarlo y mi cuerpo temblaba. La velocidad de la corriente te marea, te bloquea, te emboba, te tienta. Mejor me retiro y despido. 



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