martes, 28 de noviembre de 2023

300 leguas sin beneficio alguno

 


Era una madrugada muy húmeda. Hace menos de media hora que había parado la lluvia. María, se levanta de la cama y juntos preparamos el ucho para el camino. Preparo a la mula y me pongo el poncho de jefe que lo compré en mi viaje anterior a Rioja.

Tocan a la puerta. Sin permiso, ingresa Juan. ¡Padrino, padrino! ¡Quiero irme contigo! ¡No puedes, no puedes!, este es un viaje para hombres, tu recién eres un muchacho. ¡Regresa por onde has venido! Lo saco de mi casita. María, me mira y solo calla. Al rayar la mañana, con un abrazo, dejo detrás de mí a mi mujer y dos hijos. La mula, rápido sube a la primera lomada. Ese día tenía que llegar sí o sí a la Cueva de Bagazán. 

En el horizonte, ya salía el sol que amenazaba con cashparme la piel, arriba en el cielo celeste y las blancas nubes que se esfumaban, vuelan en círculo, muchas shucas. Me dije por dentro, seguro algún caballo estaba muerto más adentro. Dentro de la maleza, siento que un cuerpo se mueve, saco mi machete y escucho que me dicen ¡No padrino, no!. Juan, que me había seguido a escondidas salió del monte con dos perdices en sus manos. ¡Veste que ya soy un hombre!. No le dije nada, seguimos nuestro camino. Más abajo en donde teníamos que descansar habrá tiempo para conversar.

Extrañamente, dos kilómetros más abajo, había varios arrieros y caballos. Escucho que a diez metros de Rumshitana, un hombre había caído muerto. ¡Ah!, dije, con razón las shucas están cerquita a mi cabeza. Me cuentan que era Don Julián Contreras, viejo arriero que cayó fulminado de un ataque al corazón, luego de las tres piedras que tiró, no embocó en los hoyos de la roca. Es tradicional y hasta un oráculo, que todo viajero tiene que hacer esta prueba. Veía que era imposible esperar, vadeando el río, superé a todos y seguí con mi camino por Pauja. 

Mi mula relinchó como salvaje. Una culebra más adelante cruzaba el camino levantando la cabeza. Das das saque mi machete y de un solo golpe separé la cabeza de cuerpo. Era verde plateada, quizá haya tenido un metro. Juan, con el susto propio de un niño, solo suspiraba profundamente. Media legua después, en la olleta, hervimos el agua, hicimos un caldo de perdices. ¡Mucha sal, las echao padrino! ¡Por eso es que me gusta viajar solo, sotoco!, nadies me fastidia, nadies me dice que si falta la sal o el azúcar o el ajo ¡nadies!.

Mi cuerpo se levantó de la pirca para reiniciar el camino. Ya habíamos pasado Granada y bien arriba ya se veía a Pishcohuayuna. Al fondo había dos lagunas y por medio de ellas teníamos que viajar despacito, despacito. Media hora después, estábamos al pie de la cordillera. Mi mula relincha exageradamente fuerte ¡Shit! ¡Shit! ¡Shit!, le repetía. No pude hacer nada. Un tremendo bloque de hielo cae de la montaña, lo deja llapcha a mi mula. Se perdió todo, absolutamente todo.

Juan, mi ahijado, me abraza. Padrino, padrino, felizmente usted y yo estamos vivos.

 

...continuará



1 comentario:

Gilberto Ramos dijo...

Esas y muchas historias debe haber en esa ruta.
Importante leerlo e imaginarlo mediante sus escritos, Señor Cabañas. Muchas gracias.