lunes, 31 de enero de 2022

EL BLANCO: CAMINO AL OLVIDO

 


Recuerdo que terminada la escuela o el colegio, tenía que preparar un palo de maguey seco, una tabla pequeña en el que se clavaba lana de oveja, mientras que los más grandes se iban temprano a la cima del Luya Urco para traer la pintura y con ella enlucir nuestras casas. Eso, si cuento a mis hijos, dirán que es una locura. Con el paso de los años, la globalización, el facilismo y el ingreso al mercado de diversas pinturas, poco a poco se fue dejando de lado, una tradición popular.

Desde la zona de las antenas hasta las tierras de la familia Salazar, era habitual, ver a familias enteras cargar sus talegas con tierra blanca, ni siquiera había carretillas, menos cargadores como hoy. Desde Tushpuna, subíamos “hombriando” nuestra lampa. Era tan lejos el viajecito éste que teníamos que llevar fiambre. Hoy, tomo un taxi, llego en quince minutos y puedo llegar costalillos y traer a casa. En los 70, subir la loma del cerro, era épico.



Esta tierra de color blanca, sacada precisamente del “Blanco”, servía para enlucir las viviendas que antes entre masivamente el fierro, el cemento y ladrillo, se construía las casas con adobes, los acabados ,para alizar las paredes, se enlucía con barro y paja que después de secado, se pasaba con nuestra “brocha” hecha de cuero de oveja y en poco tiempo quedaba “blanquito” nuestras paredes.

Llegaron los ochenta y noventa, con ellos las nuevas alternativas para las construcciones. Como arte de magia, el sapolín, el esmalte, las lacas, comenzaron a tener hegemonía en la “gente pudiente”. El tarrajeo se cambió del barro al cemento y con él, el ingreso de la pintura CPP, Pato, Vencedor. Los colores se impregnaron y la ciudad se hizo un collage de colores despachados a libre albedrío. Hasta que, en los dos mil, se hizo una ordenanza y se uniformizó los colores en la ciudad. Se hizo blanca, pero dejando de lado esa vieja tradición.



Recuerdo que era un vacilón verte al espejo tu cara llena de esa tierra blanca. Tus viejos te recompensaban con una buena propina y si le caían bien a los vecinos te contrataban para pintar sus fachadas y salir de misio y tener para el cine, la gaseosa o el arrocillo. Aunque parezca poco creíble, nuestras propinas de la infancia, solo valía un alfeñique o un pepino o hasta un Llacón.

Tanto a cambiado las cosas en mi tierra, que hoy, camino sobre el asfalto. En Santo Toribio de Mogrovejo, la zona de los adobes, hasta éstos se “achicaron”. La tierra blanca, sigue, pero solo como un atractivo visual, más no como un medio o forma de vida. Todavía sigue en mi mente, esos años que pasaron en la infancia. Toco un poco de tierra, se diluye en mis manos y su aroma, me acerca a estos tiempos que jamás volverán.

Hasta los 90 las casas se pintaban al gusto del propietario.


 

 

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