¿Estas aburrido un fin de semana?
¿No sabes a dónde ir? ¿Quieres disfrutar de paisajes coloridos y olores salvajes?
Necesitas voluntad, tomar tu carro, alquilar un taxi o por último a pie, de comida,
tampoco te puedes preocupar ya que, en la ruta, hay un restaurante como un
centro piscícola para comprar truchas. Taquia, el paraíso de las azucenas te
espera.
De Taquia, se sabe y comenta mucho
por varias razones: hacienda emblemática en la época de la colonia, de allí
vienen las verduras, en el mercadillo de Chachapoyas, manos “taquiachas” te
empalagan con sus chicharrones, morcilla, rellena y también de azucenas que hoy
tienen variados colores.
Ayer, viajamos a este lugar,
bañados por un esplendoroso sol llegamos a Taquia y sus cambios son lentos muy
lentos pero se nota el optimismo en los pocos pobladores que la habitan ya que
los sembríos de azucenas hoy son de interés nacional, al extremo que gran parte
de la producción se “exporta” a Lambayeque, Piura, Ecuador y Lima, tal es así
que hace cinco años aproximadamente se instauró el “Festival de las azucenas”
en el mes de setiembre, evento que se opaca quizá por falta de motivación y promoción.
Este evento me hizo acordar a un
evento pomposo que surgió de la necesidad en Hampyeong (Corea del Sur) y hoy
recibe más de tres millones de turistas, deja ingresos económicos increíbles y
forma parte del patrimonio nacional “El Festival de las Mariposas”. Surgió de
la nada nos comentaron cuando visitamos ese país, al notar que en algunas
flores posaban mariposas multicolores, comenzaron a sembrar en mayor cantidad y
comenzaron a llegar miles de mariposas, luego simularon una mariposa gigante en
una ladera hecha de flores, comenzaron a llegar los visitantes y el cambio para
la comunidad. ¿Esto podría pasar lo mismo en Taquia? ¡Claro que sí!. Pasa por
motivación, ingenio. La azucena como flor es una belleza y de mucho aroma, como
tal, es la preferida de muchos hogares nuestros. Hoy ya se siembran de varios
colores y se podría hacer un experimento y con ello, quizá la mejora de la
comunidad que luce casi siempre desolada.
Taquia, además, es la tierra de Humberto
Santillán Arista, maestro de quilates y de mucha fama en los años 70 y 80 con
sus ricos textos de Castellano que tuvimos el privilegio de leer en el colegio. Entre sus alumnos tenemos a Mario Vargas Llosa, César Hildebrant, Manuel Scorza, Fernando Abugattas, César Altamirano y Alfredo Deza. Es un anexo de la ciudad donde los paisajes que
lo rodea son únicos, hueles a retama, a chishca, a wicundos, a chicha de jora,
a pinos y eucalíptos. Hueles también a fe inquebrantable de los pocos
habitantes que se reúnen en el templo para hacer sus plegarias y rendir tributo
a una cruz añeja que tiene dentro de ella a un ángel infante que fue encontrado
en las chacras y si lo pides con fe, en tus sueños te rebela que debes hacer.
Es muy pequeño, pero gigante en hacer “milagros” nos dicen los pobladores.
Desde sus campiñas divisas el “Cañon
del Sonche”, los cerros poblados de la capital. Miras pasar blancas y coposas
nubes que viajan al ritmo que te mueven los vientos. Observas el entorno mágico
de un suelo pródigo para las flores y las hortalizas, además de compartir
placenteros momentos en una comunidad que vive hoy de azucenas y quizá mañana
como otra alternativa turística rural de nuestra ubérrima región.
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