lunes, 11 de noviembre de 2019

El último vuelo



No entendí hasta que los vi, las tuve en mis manos en las que se quedaban impregnadas sus colores mágicos. Sus patitas caminaban en la palma de mi mano con dificultad, sus alas difícilmente se abrían. Un último esfuerzo, al piso y a esperar la muerte.
No es una poesía, menos una alegoría. Es la descripción simple de algo que nace y muere. Nace como un bicho raro y rugoso para convertirse en una de las más bellas criaturas aladas: La mariposa.



A treinta minutos de Nueva Esperanza, camino a Jalca Grande, se encuentra el rio Yanarumi que por estas épocas luce muy cargado. No son aguas caudalosas, pero con las lluvias, el pequeño Baden soporta miles de litros por segundo y con la crecida de sus aguas dificulta el pase de vehículos, cual sea su tonelaje. En ese trance camino por las orillas del río, algo se posa en mi rostro. ¡Una mariposa, profesor! Me toman fotos y luego cae, con dificultad mueven sus alas y mueren. ¡Sí!, he visto morir a una mariposa y no por golpe, por daños ocasionados por el hombre. He asistido a la fatalidad del cual no estamos preparados los mortales: la muerte. He visto morir a una criatura mágica e inmensamente bella como es la mariposa.

A lo largo de toda la ribera, entre piedras y arena, decenas de mariposas de diversos colores, entre pequeñas y grandes se preparan para morir. Es increíble saber que toda esta belleza que demora en su formación pueda durar tan solo treinta días de vida o máximo nueve meses como la mariposa Monarca. En cualquier parte de tu cuerpo y piel, te tocan para aferrarse a la vida como si fuera un último y único contacto con el humano que será testigo de su “sueño eterno”.

He tocado con mis manos y recorrer su cuerpo y sus alas. Son tan perfectas, tan lisas, tan frágiles y comprendí que la belleza con la fragilidad va de la mano. En las yemas de mis dedos se quedan parte de sus colores vivos, sea rojo, azul o amarillo. Sus ojos brillantes retan a la luz potente del sol y simula una vidriosa mirada que le anticipa su muerte. He visto revolotear en mis dedos y contemplarnos mutuamente, ella con una mirada moribunda, yo con asombro y pena, de saber que la vida es un soplo de luz que solo brilla por ti.


Este fenómeno se produce en Yanarumi entre las dos y cinco de la tarde me dice Adán. Salen de la nada, revolotean el río y luego caen y no se pueden levantar y en poco tiempo se mueren, si no fuera por las corrientes del río que cuando crecen lo lavan todo, “esta partecita”, dice, sería un cementerio de mariposas. Hay momentos en que se ve como las aguas se llenan de colores y somos testigos que las aguas transportan sobre su cauce lo que antes fue vida. Es una procesión mortal que cargan sobre sus aguas este río llevando al olvido a todas las mariposas.


El entorno es verde, plácido, esplendoroso. Si cierras los ojos solo las aguas del turbulento río te hacen sentir vivo. Sientes una profunda paz interior y tu cuerpo se hace frágil también y tanto es tu abstracción del mundo material que te imaginas tener alas, que te conviertes en una mariposa multicolor y mueres también para los demás.







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