Hace
treinta años, recuerdo que era responsable del área de capacitación de Defensa
Civil y era la primera vez que me enfrentaba a un “monstruo” llamado público.
Era Jaén, mi primera experiencia para compartir información sobre el papel de
los medios de comunicación en casos de desastres. Desde allí hasta ahora, he
tenido el privilegio de conversar con miles de personas tanto en Amazonas,
Piura, Cajamarca, Lambayeque, Lima, La Libertad, Puno, Huancayo y fuera del
país, ya sea en foros reducidos o grandes donde asisten todo tipo de público. Y
casi siempre, recibo saludos y gracias por las exposiciones.
Pasado los
cincuenta, hoy he revisado mis álbumes personales y repasé cada detalle de una
serie de fotos y recuerdos de mis actos individuales, ya sea como profesional,
como docente universitario, como funcionario o como motivador social ;y, siempre
me quedo con una frase de Jorge Bucay que decía “Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por
ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes
hacer. La existencia no admite representantes”. ¿A qué viene todo esto?.
El pasado
fin de semana, me encontré con viejos amigos y hablamos de todo, de
política, fútbol, religión y hasta de mujeres (ups) y comenzamos a felicitarnos por
nuestros logros personales o familiares, llegando a la conclusión que el
reconocimiento, el abrazo o el apretón de manos de los demás no llega por dos motivos: primero no
lo conocen, segundo, por el desmoronamiento social y humano que estamos
conviviendo que hace difícil reconocer el éxito de los demás y todo gracias a “deja que hablen de ti, total tu
sabes quién eres, qué haces, qué hiciste, qué dijiste y ello no”.
Cada vez que
me dirijo a jóvenes sobre todo, recalco que el egoísmo enraizado en nuestra
conciencia hace que poco a poco perdamos el sentido de vivir en comunidad.
Podemos caminar por las mismas calles, quizá compartir las mismas sensaciones
humanas, pero cada persona, sigue siendo una isla. Individualismo, egoísmo antes
que pensamiento colectivo que linda con el oportunismo, terriblemente distinto
a oportunidad.
Y eso se
supera a mi juicio, con algo sencillo: la lectura. Leer, es un deporte que no te cansa, que
no te deshidrata, que no te permite competencia con nadie, excepto contigo
mismo. Leer es una forma de liberación, es la manera más sutil de expulsar las
toxinas de nuestro alrededor. Imagínense cada uno compartir al leer,
experiencias vividas por: Sócrates, Arquímedes, Marco Tulio, Julio
Cesar, Plutarco, Marco Polo, Shakespeare. Roosseau, García Márquez, el gran Sábato
o Borges. Leer, te hace ver la vida en otra dimensión. Te olvidas de la bajeza
humana, de sus bodrios mundanos, de sus lenguas viperinas, de sus demonios
interiores. Leer, te hace sublime, vanidoso, orgulloso de ti mismo.
La vida es
un regalo que se tiene que compartir con los demás, no está para desperdiciarlo
banalmente y repito siempre con el público: “Si sabes, comparte. Si conoces, difunde”. Y eso vengo haciendo desde tres
décadas. Enseñar, explicar, exponer, informar, comprometer, soñar, esperanzar,
ilusionar, motivar, reorientar, es mi forma ser servir a la sociedad y ser
realista también.
En el siglo XXI tenemos que romper con viejas tradiciones, paradigmas que nos minimizan como seres humanos. Si no eres pregonero de lo que eres, de tus sueños, ideales, logros personales, acciones desarrolladas por el bien familiar o común, no te valoras a ti mismo. Y eso no es soberbia o vanidad; es quererse. Si no pregonas tus méritos personales, nadie se atreverá hacerlo. No lo hará porque socialmente tenemos miedo al reconocimiento, a las medallas, a los halagos, a los aplausos. Con el paso de los años, he aprendido que si no me valoro, no me quiero y si no me quiero, no tengo derecho a coexistir. Así de duro y sencillo.
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