¡Callejón
oscuro por huevón!. Solo atinó a cerrar los ojos y correr como alma que le
persigue el diablo. ¡Poj, poj, poj!, sentía en su cuerpo las patadas, los
cocachos y los empujones de sus compañeros. Al final de ese túnel humano, cayó
como saco de plomo, unas lágrimas de impotencia salían de sus achinados ojos.
Era,
junio, no se sabe si es el mes donde las feromonas de los adolescentes se
elevan más que en otras estaciones o porque es el mes del colegio donde hay
noches de programas con las visitas de otros planteles para hacer solidaridad educativa
o porque entre chicos y chicas de
catorce años, miras a los demás como parte de tu deseo natural.
Era
lunes de formación, los cuerpos recién bañados, cortados el pelo y las uñas,
los uniformes impecables, zapatos brillantes. El auxiliar revisa todo lo que
ve, camina con pasos seguros. Muéstreme su pañuelo, le dice. Mete la mano al
bolsillo, saca la prenda y con ella también un pedazo de papel fotográfico que
cae. Antonio, el compañero de atrás lo levanta, mira la foto y se mata de risa.
¡Muchachos, este huevón ya tiene hembra!. La mayoría se reía, otros me alababan
por la proeza, dos y los más bravos del salón solo miraban.
Desde
dos semanas atrás tanto Humberto, Ricardo, Alonso y Jorge hacían alarde sobre
las chicas; mientras que la mayoría coleccionada figuritas de álbumes; ellos,
hablaban de sus chicas y de sus aventuras.
-
¡Más alharaca!, no te creo
-
Si, huevón, le chapao, on.
-
¿Y te dio su foto?
-
¡Aquí esta! Lo mirábamos, no la creíamos. El,
como pavo se jamoneaba de su conquista.
No
lo sé, ni como, ni desde cuándo, la foto era la evidencia y prueba de que la chica
era tu enamorada. Con la foto la relación era oficial y tenías que ponerlo en
tu bolsillo, en una libreta o donde sea. A más fotos, eras el héroe del salón y
hasta del colegio.
A la
hora del recreo, mientras que los demás salían para pelotear se quedo en el
aula para avanzar la tarea. Era una chamba tranca de geografía: colorear todos
los mapas del mundo, hacer una descripción de cada capital mundial en cuarenta
hojas. Una mano, me quita las pinturas de colores, el otro que arranca las
hojas de los trabajos que estaba terminando. ¿La foto?. Lo tiene el auxiliar. ¿Quién
es la de la foto? ¿Cuándo lo chapaste? ¿Cómo lo hiciste?
Como
no había respuesta, los cuatro gileros
del salón comenzaron a indagar por la chica de la foto. Unos decían que era
Juana, otros Roxana o tal vez Rosario, la chica de las pecas y de ojos verdes a
la que todos querían tenerla como enamorada. Era imposible para ellos saber que
otros puedan tener chica, era privilegio de ellos. Los cuatro eran yuntas y
siempre se vestían a la moda, eran los más pendejos del salón.
Tres
días después a la hora de salida, todo el salón le esperaba fuera del colegio.
Dos de ellos, lideraban el pelotón de alumnos. Se enteró después que el martes
por la tarde, en un descuido del auxiliar, entraron a su oficina, rebuscaron en
sus cajones y encontraron la foto. Era de María, la morocha de la Virgen
Asunta, la que hacía estudios de repostería los martes a cincuenta metros de
nuestro salón. Era el trofeo de Jorge, que tenía que tener su meta del año:
cinco hembritas y ser el bacán del colegio.
No le pidieron explicación alguna, como era un acuerdo general en el salón, si no
demostrabas que era verdad tu chica, a esa hora, todos desfogaron su bronca.
Ese callejón fue más oscuro que nunca.
Hicieron
indagaciones, preguntaron a todas las chicas, ninguna le conocía, pero sabían que
era el hijo del fotógrafo del pueblo…
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