Esta madrugada, como todas las
madrugadas me senté frente a la computadora para escribir como siempre o casi
siempre. Se me nublaba la mente por la falta de ideas, de conceptos, de temas.
Me rasco la cabeza e intuitivamente mi cabeza se direcciona a la biblioteca
familiar y por azar tomo un libro. Un libro que por su contenido deberíamos
tener todos en casa: La Biblia.
Leí una parte asociada a la
familia, a la vida, a la moral, a la estética, a la fe y curiosamente tomaba
con mis manos la foto de mis hijos que abrazados y con uniforme miraban a la
cámara del papá. Esa foto la tengo como fondo de pantalla en la laptop, en la
oficina y en el celular.
Recordé el juramento que nos
hicimos con la madre de mis hijos y el compromiso de hacer todo lo que esté a
nuestro alcance para hacer que sus sueños se hagan realidad. Saqué de un
estante los álbumes de fotos y miraba a cada uno de ellos desde que nacieron,
sus primeros llantos, sus primeras palabras, sus primeras rabietas, sus
desencantos, sus emociones y frustraciones, sus rencores injustificados y sus
caricias a sus padres. Cada uno en su espacio y tiempo.
Y pensar -me dije por dentro-
salieron de la nada, del polvo bendito, de la unión de un esperma y un ovulo.
Se hicieron embriones, feto y recién nacido. Hoy, cada uno se labra su camino,
sus sueños y nosotros, cada vez más viejos y con miedo a la soledad.
La vida, amigos, es un camino sin
retorno. Está llena de oportunidades que si son aprovechadas en su debido
tiempo, enaltecen nuestra existencia. La vida, es un soplo, una partícula
dentro del universo. La vida, es un milagro que tenemos que agradecer todos los
días. La vida, también, como dijo Churchill es “sangre, sudor y lágrimas”.
Poco a poco, la vida te enseña por
quien luchar y a quien renunciar. He aprendido a luchar por los míos, por mis
ideales que los defiendo tercamente y muchas veces soy incomprendido. He
renunciado a la venganza, al odio, a la mezquindad, al deshonor, a lo banal,
fatuo y la sustentación. He aprendido que la vida es vida, si lo vivimos intensamente
para el servicio y el bien común.
Cada foto, cada gesto, es un grato
recuerdo. Es evocar todo lo vivido y al mismo
tiempo es una imploración al Supremo, para que ese milagro de la vida,
conceda a mis hijos: Seguridad, perseverancia, empeño y determinación para que
mediante su lucha, accedan un peldaño de la escalera para hacer realidad sus
sueños.
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