Me siento muy abrumado por todo lo que me pasa. Y me pasa de
todo, conforme se avejenta, se siente el paso de los años y también la certeza
que todo lo que se hace bien o mal, tiene un precio, muchas veces impagable y
otros dignos de gritar al mundo.
A mis cuarenta y ocho años he pasado de todo, pero no hice de
todo, solo lo que me gusta, por ejemplo: Escribir todos los días, ya sea
poesía, cuentos, historias y hasta disparatadas, leer de todo y soñar cosas
inimaginables que paso a contar. Un sueño entre la Virgen Asunta y yo.
Presumo que era un doce de agosto, me miro la facha y estaba mal vestido y desaliñado y con los zapatos llenos de tierra, presumo que estaba haciendo algo en las festividades. Recibo una llamada y me dicen que me apure porque la virgen ya había salido de Tushpuna y estaba por llegar a Burgos, lugar donde teníamos que condecorarla. Me justifique de la facha que tenía y como respuesta de mi amigo obtuve una carajeada.
Al fin y al cabo llego al lugar. Veo una multitud de personas, oficiales de la policía nacional haciendo un cruce de espadas, a los bomberos cargando sus hachas, a las escoltas de los colegios rindiendo tributo al paso de la patrona de Chachapoyas. Me empujan, diciéndome que te toca. Me acerco al anda, los cargadores lo bajan, en mis manos tenía una medalla, elevo mis brazos para poner el obsequio en su cuello, de pronto e increíblemente se convierte en un rostro de mujer, se agacha y me da un beso. No un beso que me dure hasta el lunes como dice la canción, un beso que en mi memoria dejará su huella eternamente. Miro al cielo teñido totalmente de azul, cinco palomas blancas cruzaban ese momento. Momento sublime para un común mortal, que no sabe lo que significa esta experiencia religiosa. Una experiencia motivada además de la fe, por acciones voluntariosas al servicio de una deidad que todos admiramos, adoramos y reverenciamos.
Hoy apago 48 velas de mi existencia terrenal. Cerca del medio siglo de vida marcada por muchas huellas que serán imposibles de borrar. Como cada llamada recibida, cada saludo virtual en las redes sociales, cada deseo, cada abrazo, muchas de ellas quizá inmerecidas y, como no tengo nada con que retribuir estas abrumadoras muestras de cariño, que confieso he llegado hasta derramar más de una lágrima, ofrendo a tod@s este experiencia personal, que quizá sea el regalo más inesperado e inmerecido de mi vida.
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