Era una chica de mi barrio. Fue un beso casual y quizá forzado por la coyuntura de nuestras edades. Ella apenas once y yo dos años mayor. Fue una relación tensa, marcada por los años y las distancias. Ella pelo negro largo, ojos grandes y negros. Yo un mozo atrevido por enamorarme de aquella chica inalcanzable o tal vez prohibida por nuestra edad. En ese tiempo, cuando el amor llega a la adolescencia, llegue cargada de mariposas en el estómago, que vuelan sin cansancio, que planean hasta despiertos.
Tenemos tres hijos a los cuales adoramos y cada uno de ellos expresan nuestros sueños. Tres hijos que son producto de una relación informal que con el tiempo se hizo fuerte, sólido marcado por el respeto entre los dos. Dicen que el amor acaba cuando nacen los hijos. Quizá sea verdad, pero el amor propiamente dicho, es una forma de rebuscar en el pasado lo bueno de todo para seguir explotando nuestros sentimientos.
Ella es guapa, me gustó de sobremanera cuando la primera vez que nos vimos. A sus cuarenta y picos, sigue siendo la mujer tesón, empeñosa, responsable, exigente con todos, pero marcada por la ternura de ser madre que en corto tiempo pasa de la exigencia, a la dureza, al amor y al llanto. Yo serio como siempre, callado, mullido en mi silencio. No sé cuántas veces lo dije que lo amo y lo amaré. Deben ser pocas; pero con mi mirada¸ verlo a sus ojos lo expreso todo lo que siento.
Este diez de marzo, cumplimos 22 años de casados. Veintidós años de pasarlo entre la desesperanza, la ilusión y nuestras propias utopías. Veintidós años de respeto, de lealtad, de sinceridad y de tratar de comprender lo que significa ser un matrimonio. Son veintidós años bien vividos. No gozamos de grandezas, prefiero no tenerlo. Queremos vivir una vida marcada por la decencia donde nadie nos apunte con un dedo o cuando caminamos nos miren de reojo creyendo en faltas ajenas. Somos dos personas adultas que sabemos lo que queremos y hoy al evocar lo que hemos sido, no me queda más que darle las gracias por haberse casado conmigo. Por eso, por lo que fuimos, recordando nuestro primer beso, defiendo mi sentimiento con el mundo y te hago llegar mi torta de amor. ¡Saludos y bendiciones esposa mía!
Hemos vivido muchas cosas juntos. Hemos pasado tantos desaires, tantos desplantes y muchos abusos. Pero en cada obstáculo encontré el apoyo incondicional de esa adolescente que con el paso de los años se hizo una verdadera mujer. Mujer de aplomo. Mujer de tiempo. Mujer de amante. Mujer del alma.
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