COMO LOS LOBOS TIENEN FORMA
DE PERRO” Una de las formas de actuar que más causa repulsión
en los seres humanos es sin duda la adulación. Esa alabanza baja e
interesada, hecha con premeditación y estudio de lo que se cree puede halagar
al otro, con el único propósito de ganarse su voluntad para fines interesados,
es un modo de actuar que resulta a todos insoportable. Lamentablemente en el
mundo de hoy en día, adular, se ha convertido en una práctica bastante común en
los distintos componentes de la sociedad, pasando desde la célula base de la
misma: la familia hasta los diferentes estamentos económicos, sociales,
políticos y militares. Generalmente se adula cuando alguien pretende
alcanzar un objetivo y no cuenta con los argumentos y capacidades que le
permitan lograrlo sin la necesidad de lisonjear para aumentar la vanidad de
otra persona.
Cuantas veces adulamos,
o somos adulados por un ser querido, si existe algo significativo que se
pretende obtener. En los sitios de trabajos siempre hay alguien que se destaca
por esta práctica y alguien que siente la necesidad de que se alimente su
soberbia o vanidad. (uno sin el otro no podrían existir). Y si revisamos aunque
sea de manera superficial otros campos de la vida, veremos como muchos
hombres y mujeres, algunos hasta con preparación, utilizan el campo de la
adulación para mantener o escalar posiciones de privilegio social,
económico, político y militar. Ello aun a costa de su dignidad.
Al filósofo Diógenes de
Sinope, de quien se apunta andaba con una linterna encendida por las calles de
Atenas diciendo que “buscaba hombres honestos” se atribuye la siguiente
anécdota: “Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el
filósofo Arístipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le
dijo Arístipo: «Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esta
basura de lentejas». A lo que replicó Diógenes: «Si hubieras tú aprendido a
comer lentejas, no tendrías que adular al rey”.
Quien
adula, lisonjea o alaba con un propósito innoble, quizás obtiene muchos
beneficios materiales. Al fin y al cabo esa es su meta. Pero pierde algo mucho
más valioso: el respeto, la veneración, acatamiento, consideración y deferencia
a la que se hace merecedor alguien que se ha destacado siempre por
su actuar honesto, responsable y digno. Algunos dirán que con eso no se come, a
esas personas se les puede decir que no hay más grato y placentero que comerse
un bocado aunque sea de pan duro sin turbulencia de ningún tipo en la mente y
el corazón. Y a los que le encanta ser adulados siempre habrá que recordarles
que “El amigo que hoy te compra con su adulación, mañana te venderá con
su traición”.
(Hernando Sequera )
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