Eran las cuatro de la mañana. Unos mordiscos me levantan de la silla. Prendo la luz y frente a frente una rata con ojos asustados igual que yo, estuvo delante de mío y a cinco gradas en mi escalera. Era con un rabo largo y rojo. Un cuerpo hinchado de tanto comer y no sé desde cuando en la cocina de la casa. Su pelaje marrón claro y unos dientes bien afilados listos para devorar todo.
Tan asustados estuvimos los dos que no atinamos a movernos: La rata porque fue pillada y yo porque no sabía qué hacer. Cinco segundos después, la rata de un brinco desapareció escaleras abajo rumbo a su escondite. A lo lejos vi que su cola se perdía debajo de la cocina.
Cuatro y veinte. Por más que removía la cocina no se movía para nada. Silencio total. Tengo que aplicar la teoría del cansancio, me dije: Me senté frente a la cocina y mirando hacia el único lugar por donde tenía que salir. Veinte minutos después entre dormido y despierto, la veo por segunda vez. Nos miramos de hito en hito. Ella miraba la escoba, yo sus orejas como repollo que estaban erguidas y atentas a los movimientos. ¡Zap,zap! Primer round, gana la rata.
Seis de la mañana, subo a los dormitorios para comunicar el hallazgo. La emoción por la rata, hacen que mis hijos se levanten más temprano que nunca. ¡Debe ser un coshiiiita!, comenta mi hija. El varón, me daba ánimos ¡Tu puedes, papi! Con tanta barra, alumbré todos los orificios de la cocina, por el horno, por las hornillas. En cada centímetro cuadrado se movía la muy rata. La luz alumbraba en un lado, ella se movía al otro extremo. Juego de luces que vienen y van, tuvimos que suspender la captura. Era la hora de preparar el desayuno. Se prenden las hornillas y para mayor seguridad prendimos el horno. Con tanto calor, tal vez tengamos una rata rostizada, pero nada.
Eran las siete y treinta, la rata con cachita saca su cabeza, quiere correr no puede. Su panza es tan grande y sus patas tan gordas, que movía su trasero con esmero para salvarse de la paliza. Una paliza que todavía espera, ya que la misma sigue metida en su hospicio temporal.
Son las dos. De esta no pasa. Preparamos todas las estrategias de lucha. Saca su cabeza, ya no puede retroceder. Se desespera, quiere saltar pero no puede. ¡Zap, zap! Golpea la escoba en su cuerpo. La priva, no sé si lo mató. Con un ray, envolvimos su rechoncho cuerpo en un periódico. Un gato, se relamía la boca a un costado. Un perro ladraba, mientras las otras ratas, preparaban un velorio para un cadáver que nunca enterrarían y ni más verían. Un carro blanco, horas más tarde llevaba a su última morada, a la que en vida fuera una rata. Una rata atrevida. Una rata jodida.
Tan asustados estuvimos los dos que no atinamos a movernos: La rata porque fue pillada y yo porque no sabía qué hacer. Cinco segundos después, la rata de un brinco desapareció escaleras abajo rumbo a su escondite. A lo lejos vi que su cola se perdía debajo de la cocina.
Cuatro y veinte. Por más que removía la cocina no se movía para nada. Silencio total. Tengo que aplicar la teoría del cansancio, me dije: Me senté frente a la cocina y mirando hacia el único lugar por donde tenía que salir. Veinte minutos después entre dormido y despierto, la veo por segunda vez. Nos miramos de hito en hito. Ella miraba la escoba, yo sus orejas como repollo que estaban erguidas y atentas a los movimientos. ¡Zap,zap! Primer round, gana la rata.
Seis de la mañana, subo a los dormitorios para comunicar el hallazgo. La emoción por la rata, hacen que mis hijos se levanten más temprano que nunca. ¡Debe ser un coshiiiita!, comenta mi hija. El varón, me daba ánimos ¡Tu puedes, papi! Con tanta barra, alumbré todos los orificios de la cocina, por el horno, por las hornillas. En cada centímetro cuadrado se movía la muy rata. La luz alumbraba en un lado, ella se movía al otro extremo. Juego de luces que vienen y van, tuvimos que suspender la captura. Era la hora de preparar el desayuno. Se prenden las hornillas y para mayor seguridad prendimos el horno. Con tanto calor, tal vez tengamos una rata rostizada, pero nada.
Eran las siete y treinta, la rata con cachita saca su cabeza, quiere correr no puede. Su panza es tan grande y sus patas tan gordas, que movía su trasero con esmero para salvarse de la paliza. Una paliza que todavía espera, ya que la misma sigue metida en su hospicio temporal.
Son las dos. De esta no pasa. Preparamos todas las estrategias de lucha. Saca su cabeza, ya no puede retroceder. Se desespera, quiere saltar pero no puede. ¡Zap, zap! Golpea la escoba en su cuerpo. La priva, no sé si lo mató. Con un ray, envolvimos su rechoncho cuerpo en un periódico. Un gato, se relamía la boca a un costado. Un perro ladraba, mientras las otras ratas, preparaban un velorio para un cadáver que nunca enterrarían y ni más verían. Un carro blanco, horas más tarde llevaba a su última morada, a la que en vida fuera una rata. Una rata atrevida. Una rata jodida.
2 comentarios:
Tan parecido me pasó a mí. Las ratas abundan en todo sitio. Buen estilo literario.
¿Es verdad o literatura?.
Saludos
Marcelo Chuetzer - Santiago
Hola.
A ver Manuel si con tu escoba vas a limpiar a canchulhuayco.
Gracias
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