Pasado las 72 horas de la batalla campal y desigual en la zona norte de Amazonas, el estado peruano mostró una vez más al mundo, que la tan pregonada descentralización es una palabra al viento. El estado peruano, representado en nuestro presidente, nuestros ministros, nuestros parlamentarios, nuestros periodistas han evidenciado una total miopía sobre la realidad nacional. Esa realidad de carne y hueso, de peruanas y peruanos marginados como los amazonenses, que vivimos directa e indirectamente el terror de la represión y de la sin razón. Ese estado, ciego de poder…mató el alma de todos los amazonenses.
Nos mató, porque nos han vendido la imagen de violentos, de sádicos, de terroristas, de bárbaros ante el mundo. Nos mató porque minimizan fría y calculadamente las consecuencias y atrocidades de este enfrentamiento entre peruanos. Nos mató las ilusiones de crecer prósperamente como hijos de una nación sin ser nación. Como hijos de un ideal. Ideal truncado por las balas opresoras de un estado limeño que mira a las provincias como botín electoral o de dinero para enriquecer bolsillos ajenos, representados en las trasnacionales y un TLC made in usa.
Nos mató el estado centralista, porque una vez más se desnudó la orfandad del conocimiento de la realidad nacional por parte de los medios de comunicación nacionales, que amparados en su silencio cómplice de defensa del estado, difunden al mundo hechos parametrados y contranatura de la realidad. Es verdad, hay venganza en las muertes de los policías –uno de ellos de Chachapoyas- pero no es óbice callar lo que gritan las calles de Bagua y Utcubamba. Gritos desgarradores reclamando a sus padres, esposos o hijos que en un número incalculable no regresan a casa. Gritos buscando en el vacío a sus congéneres que dicen han sido enterrados en fosas comunes, fondeados en el Utcubamba y Marañón o quemados como se evidencian en las fotos. Gritos que llegan al alma de la Amazonía. Esa pampa verde e infinita que se extiende y la dicen ser el pulmón de la humanidad.
Nos mató el centralismo limeño, porque miran al Perú físico. Ese Perú del mapa que la hemos aprendido de memoria desde la escuela, que se divide en departamentos y fronteras imaginarias, dejando de lado el Perú real, que camina, que siente, que gime, que llora, que implora, como los de la nación jíbara que son los awarunas y wambisas.
Nos mató el centralismo limeño, porque practica la democracia de las mayorías y no de la minoría, como si solo los primeros tienen derecho de ser escuchados y los segundos de ser oprimidos y atacados. Nos mató una Ley, un congreso y 120 patrioteros. Un primer ministro que dejó de ser humanista y un presidente que hace tiempo dejó de levantar el pañuelo blanco con pan y libertad del APRA, para contar las estrellas de la bandera de los yanquis y poner a nuestro país, so pretexto de la inversión, en manos de todos, menos en la de nosotros los peruanos.
Nos mató el centralismo limeño, la ignorancia nacional y la pereza política. Nos mató, nos mataron y nos seguirán matando, mientras las políticas nacionales sean ciegas y huérfanas de apoyo social y sean mezquinas y atentatorias a los intereses colectivos de la Amazonía.
Tenemos el corazón marcado por el dolor y la angustia, pero todavía nos quedan las manos y las ideas para cambiar la página llena de sangre por otra de la oportunidad, donde gobernantes regionales y locales pongan en tapete demandas urgentes para ser atendidas mediante una mesa de diálogo redonda y donde nadie mire de reojo y enfrentemos cara a cara nuestra cruda realidad.
Nos mataron en vida, pero el tiempo se encargará de descubrir la verdad y la justicia de sentenciar tamaña atrocidad con los hijos del Perú y de Amazonas en particular.
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