lunes, 23 de marzo de 2009

EL ARBOL DE PUR PUR

Los padres de mi padre, dejaron como herencia una extensa huerta rodeada de eucaliptos, capulí, nogal, pinos y al fondo media hectárea de carrizal. Entre brotes de carrizo y pajonales había plantas de granadilla y pur - pur o poro – poro. Recuerdo que cuando niño íbamos a la huerta a casar conejos y palomas. Una vez trajimos a casa una coneja ploma con largas orejas y ojos bien rojos y nos miraba como si estaría de cólera por su captura. Duró cinco días en la jaula, madre e hijos se murieron. No sé si los mató la tristeza o las comidas exageradas que les dábamos.

Ayer domingo al visitar al viejo, acompañado de mi hijo fuimos a la huerta. De aquel paisaje de mi infancia no queda nada. El carrizal es una franja pequeña y destruida por las tuberías del desagüe. Las palomas y los conejos son historia y para mi hijo leyendas. Ni tampoco encontramos el pozo de piedra que brotaba agua cristalina y saciaba la sed de muchos vecinos de Tushpuna; pero si encontramos el árbol de pur-pur. Largo, frondoso y lleno de frutos. Tantos frutos da el árbol que muchos de ellos están regados por el suelo, por que nadie lo quiere. Los niños de hoy dicen que es ácido, nosotros les replicamos y les decimos que es putchco pero rico.
Con la templanza que nos da los años, juntamos con mi hijo, cada uno jalando de la hoshqueta decenas de frutos alargados y amarillos. Volví por unos instantes a mi niñez y de reojo miraba la emoción de Martín Alonso por querer ganarme a quien tumba más frutos. Vi en sus ojos la alegría de la libertad, de la infancia en proceso de aprendizaje, de la ilusión que también lo tuve a su edad. Comimos como tres frutos cada uno, estaban dulces. Tan dulce como los momentos que viven los padres con los hijos.

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