Vaya que es un milagro, que en pleno Siglo XXI, miles de personas congestionen las calles de Lima para ver de cerca y quizá muy cerca al “Señor de los Milagros” que convierte el mes de octubre en el mes más morado que nunca. Sí, es más que un milagro ver a tanta gente, que se arrodilla, que llora, que gime, que implora, que pide y exige perdón al Cristo de Pachacamilla. Ese Cristo verdaderamente universal y que tuve el privilegio de verlo a escasos metros como para tomar varias fotos.
Estando en Lima por razones de trabajo, y aprovechando la cercanía del alojamiento a la iglesia donde pernocta el Cristo morado, he tenido la tentación de visitarlo y al verlo de cerca y al alcance de mi mano, darme cuenta del porqué de su fama. Fama que donde existe un peruano, existe una imagen grande o pequeña, en un templo o en el pecho del “Señor de los Milagros”. Hice mi cola, como peregrino para llegar cerca de él. He comprado como todos, alguna estampa, un crucifijo, un rosario morado, para que sea bendecido al pasarlo por su retrato. He visto llorar y he llorado al verlo frente a mí. He sentido la sensación de una masa que está marcada espiritualmente por la fe. He visto como se elevan las plegarias al infinito. He visto palidecer los rostros de tanta gente, que adora al “Señor de los Milagros” y que en Octubre, todos somos leales a él.
En el Perú, hay muchos Cristos morados. En Amazonas también lo hay; pero uno en particular marca la diferencia con el resto de sus homólogos, como es el que existe en Huancas. Es un bulto gigante, hermoso y monumental que tuve el gusto de describirlo en el siguiente blog(http://mcabanas.blogia.com/2007/101201-huancas-y-el-senor-de-los-milagros-tallado-en-madera.php) y tuve la necesidad de conocerlo al “original”, que pese haber estudiado en Lima, nunca pude verlo de cerca.
Es impresionante el lienzo del Cristo de Pachacamilla. Tiene un altar de plata con partes doradas que con el reflejo de la luz, brillan con tanta intensidad que dependiendo de la ubicación nos ciegan la mirada. Estar cerca de su figura, a cualquier persona lo transforma. Se contagia uno de la emoción de la masa. Esa masa que llora, que canta, que ora, que eleva sus manos al infinito esperando un milagro. Un milagro de esos que no se ven, pero que se sienten en el fondo del alma. Yo lo percibí. Yo lo sentí. Yo lo viví, aun que sea por un momento.
Estando en Lima por razones de trabajo, y aprovechando la cercanía del alojamiento a la iglesia donde pernocta el Cristo morado, he tenido la tentación de visitarlo y al verlo de cerca y al alcance de mi mano, darme cuenta del porqué de su fama. Fama que donde existe un peruano, existe una imagen grande o pequeña, en un templo o en el pecho del “Señor de los Milagros”. Hice mi cola, como peregrino para llegar cerca de él. He comprado como todos, alguna estampa, un crucifijo, un rosario morado, para que sea bendecido al pasarlo por su retrato. He visto llorar y he llorado al verlo frente a mí. He sentido la sensación de una masa que está marcada espiritualmente por la fe. He visto como se elevan las plegarias al infinito. He visto palidecer los rostros de tanta gente, que adora al “Señor de los Milagros” y que en Octubre, todos somos leales a él.
En el Perú, hay muchos Cristos morados. En Amazonas también lo hay; pero uno en particular marca la diferencia con el resto de sus homólogos, como es el que existe en Huancas. Es un bulto gigante, hermoso y monumental que tuve el gusto de describirlo en el siguiente blog(http://mcabanas.blogia.com/2007/101201-huancas-y-el-senor-de-los-milagros-tallado-en-madera.php) y tuve la necesidad de conocerlo al “original”, que pese haber estudiado en Lima, nunca pude verlo de cerca.
Es impresionante el lienzo del Cristo de Pachacamilla. Tiene un altar de plata con partes doradas que con el reflejo de la luz, brillan con tanta intensidad que dependiendo de la ubicación nos ciegan la mirada. Estar cerca de su figura, a cualquier persona lo transforma. Se contagia uno de la emoción de la masa. Esa masa que llora, que canta, que ora, que eleva sus manos al infinito esperando un milagro. Un milagro de esos que no se ven, pero que se sienten en el fondo del alma. Yo lo percibí. Yo lo sentí. Yo lo viví, aun que sea por un momento.
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