Estos tres días he logrado entender mucho más todavía la importancia de ser mamá. Mamá en la cocina, en la limpieza de la casa, en el cuidado de los hijos, en la preparación de la lonchera, en el lavado de la ropa, ir al trabajo, regresar, lavar los platos, etc, etc y un largo etcétera.
Mi esposa como yo somos empleados públicos. Por razones de trabajo se tuvo que ausentar por tres días. Tres días que me parecen una eternidad. Todo ese papel de la mamá en la casa la he tenido que asumir, bueno, tratando de reemplazarla, creo con poco éxito, ya que terminada la comida, a media voz escuchaba los comentarios de los hijos. Hijos que por su edad, son complicados de entender sus emociones, sus reacciones. Que a uno no le gusta el tomate y la cebolla, que el otro, quiere “cachito”, que uno quiere el huevo bien frito, el otro a la inglesa. Que mi mamá lo hace así, y …
Imitando a la mamá, el día se inicia a las cinco y media de la mañana: Remojar los trapos para evitar el polvo al caminar, prender la cocina, parar el agua, sacar de la refrigeradora la carne para prepararla. Dar el desayuno al que va primero a la escuela, lavar las tazas, mirar la olla para que no se queme el aderezo. Del segundo piso ¡Papaaaaaa!, correr a atender las demandas del recién levantado de la cama. En fin, hasta las siete y treinta, se acabó la jornada y se siente la pegada: La espalda duele; y solo un ufffffffff, sale del cuerpo maltratado. Y así pasan los días. Días de ser mamá, de ser todo en casa y hasta quizá ser incomprendida todos los días.
Es realmente tranca, bien tranca reemplazar a la mamá. Es insustituible, no tiene cambio, tampoco tiene copia. Me alegro ser varón, porque se sufre siendo mamá, ahhh, pero también se goza, ya que un beso de los hijos, una caricia del esposo, todas las penas cambian, los padecimientos se superan por el hecho mismo de servir a la familia.
Desde esta columna, un saludo a todas las mamás del mundo.
Mi esposa como yo somos empleados públicos. Por razones de trabajo se tuvo que ausentar por tres días. Tres días que me parecen una eternidad. Todo ese papel de la mamá en la casa la he tenido que asumir, bueno, tratando de reemplazarla, creo con poco éxito, ya que terminada la comida, a media voz escuchaba los comentarios de los hijos. Hijos que por su edad, son complicados de entender sus emociones, sus reacciones. Que a uno no le gusta el tomate y la cebolla, que el otro, quiere “cachito”, que uno quiere el huevo bien frito, el otro a la inglesa. Que mi mamá lo hace así, y …
Imitando a la mamá, el día se inicia a las cinco y media de la mañana: Remojar los trapos para evitar el polvo al caminar, prender la cocina, parar el agua, sacar de la refrigeradora la carne para prepararla. Dar el desayuno al que va primero a la escuela, lavar las tazas, mirar la olla para que no se queme el aderezo. Del segundo piso ¡Papaaaaaa!, correr a atender las demandas del recién levantado de la cama. En fin, hasta las siete y treinta, se acabó la jornada y se siente la pegada: La espalda duele; y solo un ufffffffff, sale del cuerpo maltratado. Y así pasan los días. Días de ser mamá, de ser todo en casa y hasta quizá ser incomprendida todos los días.
Es realmente tranca, bien tranca reemplazar a la mamá. Es insustituible, no tiene cambio, tampoco tiene copia. Me alegro ser varón, porque se sufre siendo mamá, ahhh, pero también se goza, ya que un beso de los hijos, una caricia del esposo, todas las penas cambian, los padecimientos se superan por el hecho mismo de servir a la familia.
Desde esta columna, un saludo a todas las mamás del mundo.
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