Dicen que diciembre se respira a Navidad. Desde fines de noviembre los viajeros que vienen de Mendoza, Pedro Ruíz o Leymebamba, respiran a guarango, ese que florece solo en las proximidades del nacimiento de Jesús. Ese aroma que te embriaga, te regresa a tu infancia, a tu familia. Ese aroma que te perfuma el alma. Así como todos los caminos conducen a Roma, en Navidad, todos se centran en Chachapoyas.
El guarango es la flor del niño Manuelito en esta parte del país y eso lo sabían en la familia Valdez Santillán, que desde que llega diciembre ya se preparaban desde las cinco de la mañana para ir a trepar cerros, peñas por el Sonche para traer, además del guarango, selvaje, wicundos. Los más atrevidos, subían a los árboles copiosos al costado del río para bajar todo lo que sea adorno en los nacimientos chachapoyanos.
Doña Abelina Valdez Santillán, que en marzo cumple noventa años, me recibe en su casa con mucho entusiasmo, me habla de sus padres, de su infancia y de su enorme nacimiento. Entusiasmada, con su voz plateada, evoca recuerdos de su niñez y dice que diciembre era una verdadera fiesta en su casa; mientras que los niños ensayaban a las pastorcitas, otros jugaban al trompo, los varones y las chicas a saltar la soga, una vez terminado los ensayos.
Recuerdo, me dice doña, Abichita, que mis papás, Gregorio y Trinidad, sacaban con cuidado cada pieza de la navidad y el niño Jesús, estaba siempre en una urna, que el 25 de diciembre, lo sacaban en procesión desde Burgos, por Amazonas hasta la plaza de Armas, siempre acompañado de una banda y las pastorcitas que hasta venían de Santo Domingo, cargando regalos y palomas vivas como adoración al niño que acaba de nacer. Ella se entusiasma, se para, imita los pasos de la pastorcita. Ella vive la navidad con frenesí.
Me cuenta que en los años sesenta, no había panetón, ni pavo. Era una tradición que, en la cena de noche buena, se comía un sudado de carne de res con papas sancochadas y arroz y un bizcocho especial hecha por las manos de su mamá, que se acompañaba con su café de olla. Tanta gente venía a la casa, me sigue contando, que hasta don Moshico Chuquipiondo, se encargaba de poner orden en la distribución de la comida.
Media hora después de la conversación, lo pregunto sobre su sentimiento de la Navidad. Se para, medio que quiere llorar, dice que lo hace el nacimiento en recuerdo de sus padres, por devoción, cariño. Don Manuelito, cuando hago el nacimiento con el apoyo de mi hija Eliana y mi nieta, Micaela, siento que Dios me va dar más años de vida, siento que tengo más vida. En mi cuerpo entra el espíritu de nuestro creador y me hace fuerte, se callan los dolores, crece el alma y mi espíritu se contagia de aromas divinos.
Me despido de ellas, llego a la casa, bañado de aroma a guarango, a humo del horno de pan, a chocolate, a cariño y también a la vida misma, ese que se regenera y se hace callo con el manto protector del Niño Jesús, que renace en cada corazón de los que creemos y tenemos fe en Dios, la Virgen María y Jesús, el elegido.
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