Un explorador y aventurero gallego, Alfonso Graña, que había
emigrado a hacer las “Américas” en 1899, acabó convirtiéndose en el Rey de la
tribu amazónica de los Jíbaros, con el nombre de Alfonso I de la Amazonia.
Durante su reinado de 12 años, sus dominios comprendieron una extensión
equivalente a la mitad de España. Esta es su increíble, pero cierta, historia…
Alfonso, vecino de Avión, Ourense, emigró a Brasil a los 18
años de edad, en busca de la fortuna que no encontraba en su tierra. Tras algún
tiempo moviéndose por Sudamérica, acabó estableciéndose en Iquitos (Perú). Fue
en esta ciudad donde se dedicó a la recolección del caucho, en auge en aquella
época, hasta que, debido a la crisis de este material por la competencia de
Malasia, partió, junto a un compañero, rumbo a las profundidades de la selva
amazónica, en busca de oportunidades.
Las crónicas cuentan que los exploradores, tras adentrarse
río arriba, mantuvieron un enfrentamiento con la tribu de los jíbaros,
conocidos por ser unos guerreros sanguinarios, reductores de cabezas y por
matar a todos los hombres blancos que se adentraban en sus dominios.
Pero como (casi) siempre, el amor mueve el mundo… Su físico
enamoró a la hija del “monarca” de la tribu y, en consecuencia, se convirtió en
el primer “hombre blanco” al que los jíbaros perdonaron la vida. Su acompañante
no corrió su misma suerte…
Alfonso se ganó el respeto de los indígenas. Parece ser que no enfermaba, era audaz y valiente y, además era el yerno del jefe… Graña también enseñó a los indígenas conocimientos prácticos para mejorar sus condiciones de vida: molinos de agua, curtido de pieles, desecación de la carne, extracción de sal…
Y así, a la muerte de su suegro, Graña fue coronado Rey de
los Jíbaros y de la Amazonia Occidental, con el nombre de Alfonso I, cargo que ostentó
durante 12 años y que lo convierten en el último monarca que ha dado Galicia en
mil años.
Tras varios años desaparecido en la selva, reaparece en la
civilización de manera espectacular. Unos indios contaban que en el Amazonas
mandaba un hombre blanco, Alfonso I, y un día, en Iquitos, apareció por el rio
el Rey capitaneando 2 balsas repletas de indios y de tesoros de la selva. Fue
entonces cuando el mito se convirtió en leyenda.
Cada seis meses, Graña iba a Iquitos para comerciar. Sus
súbditos lo adoraban y seguían a todas partes, en la ciudad les curaba las
úlceras, les cortaba el pelo, les compraba helados y los llevaba al cine.
Incluso, ocasionalmente, se vestían de frac y sombrero de copa y paseaban por
la ciudad en un Ford descapotable.
Graña también guiaba expediciones. En 1933 el piloto
español, también gallego, de Ferrol, Francisco Iglesias Brage, mientras
planeaba su expedición al Amazonas, conoció a Alfonso en Iquitos. Graña
prometió al capitán español toda la ayuda necesaria para que la expedición
recorriera todo el Amazonas sin dificultades con las tribus hostiles, y puso a
su disposición a los 5.000 indios sobre los que reinaba, para grabar una
película. Pero a pesar de la ilusión del Gobierno de la República española por
la Expedición Iglesias al Amazonas, la Guerra Civil hizo que se suspendieran
los preparativos.
La hazaña que le consagró como dueño y señor de tan vasto
territorio fue cuando recuperó un hidroavión estrellado de las fuerzas aéreas
peruanas y a uno de sus tripulantes. Se encargó de entregar el avión y el
tripulante a las autoridades peruanas, dejando la incógnita de cómo fue capaz
de realizar semejante proeza en un par de barcazas. Por este gesto, el gobierno
de Perú reconoció oficialmente su soberanía de la Amazonia.
La autoridad de Alfonso Graña sobre la selva llegó a
consolidarse de tal manera que cuando la petrolera norteamericana Standard Oil,
propiedad de John D. Rockefeller, realizó una expedición para sondear petróleo
en el Alto Amazonas, tuvo que negociar un tratado con él para poder hacerlo.
Sólo el Rey de los Jíbaros podía evitar ataques a los norteamericanos,
proveerles de víveres y, decirles dónde sondear…
Alfonso Graña nunca volvió a Galicia y murió en 1934 en
plena selva a los 56 años de edad. Sus súbditos sepultaron su cuerpo en un
lugar desconocido de la Amazonia, pero su dinastía y su legado han perdurado.
Su nieto, Kefren Graña, es el líder de la Federación Wampis del Rio Santiago,
que vigilan y controlan la riqueza y los recursos naturales del Reino que una vez
gobernó su abuelo.
En Avión todavía puede visitarse su casa natal en ruinas. En una de sus paredes hay una placa con una leyenda: “Casa natal de Alfonso Graña, Rey de los jíbaros. 1878 – 1934”.
Fuente: Publicado en El PAIS de España
1 comentario:
Amazonas, tiene muchas historias por contar, aún.
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