miércoles, 19 de junio de 2019

Carajía, ¡Qué no se muera!.



Me quiero imaginar a un grupo de fornidos indígenas que, a golpe de piedra sobre piedra, desde la aurora se dedicaban a tallar los cerros para albergar a sus muertos. Me quiero imaginar la pompa de aquellas ceremonias donde con dolor y al mismo tiempo orgullo enterraban a sus muertos. Me quiero imaginar a cuatro o cinco varones y mujeres que moldeaban el barro y hacían, lo que para el mundo es hoy, LOS SARCÓFAGOS DE CARAJIA. Me quiero imaginar…
De Cruzpata me queda grabado ese nombre, cuando unas niñas muy pequeñas de edad y estatura, hicieron delirar a toda la gente de Chachapoyas cuando ganaron sorprendentemente a unas corajudas y esbeltas deportistas chiclayanas y se convirtieron todas unas campeonas regionales de vóley, allá por los años 2000. Desde esa vez, Cruzpata quedó en la memoria de mucha gente.

En el año 2010, tuve un primer acercamiento con la población, ya que ésta localidad está inmersa en problemas de anemia y desnutrición y viajamos con técnicos de UNICEF para implementar programas piloto con micronutrientes. Es aquí donde visito los Sarcófagos, admiro su belleza y monumentalidad, además de los farallones en que están perennizadas lejos de la mano destructora del hombre, pero cerca, muy cerca para destruirlo como “tiro al blanco” o “jebazos”.

El 2014, fuimos los primeros en captar los detalles de estos curiosos entierros con drones y viendo su deterioro y abandono total por parte del estado, desde la DIRCETUR AMAZONAS, propusimos que éste y otros sarcófagos existentes y por descubrir, sean reconocidos como “PATRIMONIO CULTURAL DE AMAZONAS” y se logró mediante la Ordenanza Regional N° 334-2013, pero su cumplimiento y aplicación es indiferente en todos los niveles de gobierno de Amazonas.

Hoy, es evidente que el paso de los años nos permite ser testigos de que poco a poco, tanto la indiferencia, el tiempo, el desapego a la identidad y al amor a la cultura nuestra, contemplemos diariamente su destrucción. Una destrucción que duele hasta en el espíritu ambulante de aquellos seremos humanos que, en su tiempo, crearon una forma de entierro que se convirtió en hegemónico y originario y nunca imitado por ninguna raza o cultura ni en América, peor en el mundo entero. Una destrucción que debe invitarnos a reflexionar si es que merecemos haber heredado semejante legado y si es que somos dignos predecesores de una cultura emblemática en esta parte del Perú.

Permitir y aceptar que se destruya, es auto destruirnos como sociedad. Carajía, no es sólo un legado, es una de las pocas evidencias físicas que se queda para que el mundo sepa de qué raza estábamos hechos, de donde procedemos, que fuimos, que nos propusimos y que buscábamos para la eternidad.

Ojalá, el espíritu de los curacas, de nuestros caciques de los Luya-Chillaos, simiente en la razón de nuestros gobernantes para que actúen con inteligencia y diseñen estrategias para que se proteja, se recupere, se conserve o por lo menos DECLAREN EN EMERGENCIA y que dentro de los planes del Bicentenario, se haga ALGO MAS QUE ALGO y el sueño eterno de nuestros antepasados, no se convierta en una pesadilla, menos en un recuerdo y que poco a poco, olvido.


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