Arrojo
la frazada, ¡Me quemooo!, grito. Mi esposa me sacudió, abrí los ojos. Estaba en
la cama, sudaba, me tocaba la espalda. ¡Ufffffffff!. Estoy vivo lo digo.
Por la ubicación del sol, presumí
que eran las diez de la mañana. Estaba de espaldas a la ciudad conversando con
Tito y Terry, amigos de la infancia pegados a mis ideas mis sueños y hasta mis
pesadillas.
-Pero – decía Terry, tenemos que hacer
bien las cosas para que la virgen sea venerada como se merece. Me gustaría que
sea como si fuera el día en que la coronaron, que el pueblo bulle de emoción,
que nuestra tierra fortalezca su devoción a María.
-Claro, si no hacemos eso habremos
perdido la oportunidad de demostrar que si se pueden hacer las cosas,
sentenció, - Tito.
Asssssuuuuuuuuu,
dijeron en coro. Mi espalda sufrió un golpe seco de calor súbito, me voltié e
impávidos vimos como una lengua de fuego arrasaba la catedral. Las dos cruces
se derritían, el techo explotaba, las paredes caían con fuerza. La voracidad
del fuego rápidamente, destruye la plaza principal, se escuchan gritos.
Subimos
al carro, bajamos a la ciudad para brindar ayuda, como autómatas se cruzaban en
nuestro camino centenares de personas. El olor a quemado era sofocante, el
fuego era arrollador y de mucha altura.
¡La
mama Asunta, la mama Asunta!. Por inercia corrimos al templo. Rompimos las
puertas como se pudo y por una fuerza desconocida, con mis amigos la cargamos
en un anda improvisada. Poco a poco los vecinos se juntaban. Una voz débil y
dulce comenzó a cantar levemente:
“Gloria
a ti, Virgen Asunta,
salvación
de pecadores,
del
Amor de los Amores
dulce
Madre Celestial;
Chachapoyas
te venera
y te
brinda su alabanza
y en
ti cifra su esperanza
porque
tú eres inmortal.”
De
pronto, el cántico se hizo más fuerte y todos a viva voz, repetían el coro:
“Virgen
Asunta, joya sin par
todo
tu pueblo viene a cantar
en
este día de exaltación
todos
te rinden veneración.”
Desde
los balcones arrojaban flores fraganciosas cortadas abruptamente de los
jardines, niños, adultos y ancianos, sobre todo mujeres se arrodillaban sobre
el pavimento, con lágrimas a borbotones pedían auxilio y protección a la
ciudad.
Entramos
a la calle Ayacucho con Ortiz Arrieta, nuestras fuerzas se debilitaban, otros
brazos acogían el anda. En la plaza el pavimento reventaba, los jardines, las
bancas totalmente hecha pedazos evidenciaba el destrozo. Los bomberos
intentaban apagar el incendio, uno que de forma inexplicable nació en las bases
del templo principal.
De
pronto, conforme se avanzaba en procesión, veíamos que las paredes se
levantaban, las pistas volvían a su estado natural, los carros estrellados se
encendían y seguían su recorrido, la pileta hecha pedazos por arte de magia
volvía a su estado normal y vomitaba agua cristalina, la gente afectada seguía
su rumbo.
La
imagen de la patrona, rompiendo una fuerza misteriosa que nos impedía avanzar,
poco a poco entramos al templo. Conforme avanzábamos al altar principal todo
volvía a su estado natural. Del piso cercano a la pileta bautismal, emanaba un
humo azufrado, verdoso y a lo lejos se escuchaba un llanto fino e infernal.
¡El
shapingo, el shapingo! Decían todos. ¡Lo hemos vencido! Gritaban otros.
Depositada la mama Asunta en un trono improvisado se ofició una misa. Miles de
velas se prendieron, era tanta la multitud agradecida que miles de almas
humanas llenaban el perímetro de la plaza, se abrazaban, saltaban de alegría.
De
los ojos color café de la virgen, brotaron algunas lágrimas. Era la bendición
divina. Lágrimas para protegernos de todo mal.
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