martes, 17 de febrero de 2015

La virgen de los ojos café




Arrojo la frazada, ¡Me quemooo!, grito. Mi esposa me sacudió, abrí los ojos. Estaba en la cama, sudaba, me tocaba la espalda. ¡Ufffffffff!. Estoy vivo lo digo.
Por la ubicación del sol, presumí que eran las diez de la mañana. Estaba de espaldas a la ciudad conversando con Tito y Terry, amigos de la infancia pegados a mis ideas mis sueños y hasta mis pesadillas.

-Pero – decía Terry, tenemos que hacer bien las cosas para que la virgen sea venerada como se merece. Me gustaría que sea como si fuera el día en que la coronaron, que el pueblo bulle de emoción, que nuestra tierra fortalezca su devoción a María.
-Claro, si no hacemos eso habremos perdido la oportunidad de demostrar que si se pueden hacer las cosas, sentenció, - Tito.
Asssssuuuuuuuuu, dijeron en coro. Mi espalda sufrió un golpe seco de calor súbito, me voltié e impávidos vimos como una lengua de fuego arrasaba la catedral. Las dos cruces se derritían, el techo explotaba, las paredes caían con fuerza. La voracidad del fuego rápidamente, destruye la plaza principal, se escuchan gritos.
Subimos al carro, bajamos a la ciudad para brindar ayuda, como autómatas se cruzaban en nuestro camino centenares de personas. El olor a quemado era sofocante, el fuego era arrollador y de mucha altura.
¡La mama Asunta, la mama Asunta!. Por inercia corrimos al templo. Rompimos las puertas como se pudo y por una fuerza desconocida, con mis amigos la cargamos en un anda improvisada. Poco a poco los vecinos se juntaban. Una voz débil y dulce comenzó a cantar levemente:
“Gloria a ti, Virgen Asunta,
salvación de pecadores,
del Amor de los Amores
dulce Madre Celestial;
Chachapoyas te venera
y te brinda su alabanza
y en ti cifra su esperanza
porque tú eres inmortal.”

De pronto, el cántico se hizo más fuerte y todos a viva voz, repetían el coro:
“Virgen Asunta, joya sin par
todo tu pueblo viene a cantar
en este día de exaltación
todos te rinden veneración.”


Desde los balcones arrojaban flores fraganciosas cortadas abruptamente de los jardines, niños, adultos y ancianos, sobre todo mujeres se arrodillaban sobre el pavimento, con lágrimas a borbotones pedían auxilio y protección a la ciudad.
Entramos a la calle Ayacucho con Ortiz Arrieta, nuestras fuerzas se debilitaban, otros brazos acogían el anda. En la plaza el pavimento reventaba, los jardines, las bancas totalmente hecha pedazos evidenciaba el destrozo. Los bomberos intentaban apagar el incendio, uno que de forma inexplicable nació en las bases del templo principal.
De pronto, conforme se avanzaba en procesión, veíamos que las paredes se levantaban, las pistas volvían a su estado natural, los carros estrellados se encendían y seguían su recorrido, la pileta hecha pedazos por arte de magia volvía a su estado normal y vomitaba agua cristalina, la gente afectada seguía su rumbo.
La imagen de la patrona, rompiendo una fuerza misteriosa que nos impedía avanzar, poco a poco entramos al templo. Conforme avanzábamos al altar principal todo volvía a su estado natural. Del piso cercano a la pileta bautismal, emanaba un humo azufrado, verdoso y a lo lejos se escuchaba un llanto fino e infernal.
¡El shapingo, el shapingo! Decían todos. ¡Lo hemos vencido! Gritaban otros. Depositada la mama Asunta en un trono improvisado se ofició una misa. Miles de velas se prendieron, era tanta la multitud agradecida que miles de almas humanas llenaban el perímetro de la plaza, se abrazaban, saltaban de alegría.
De los ojos color café de la virgen, brotaron algunas lágrimas. Era la bendición divina. Lágrimas para protegernos de todo mal.

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