Casi seis meses el Perú estuvo en vilo y buscando con el
corazón y acompañando a Ciro Castillo Rojo, llorando junto a don Walter Oyarce
Delgado y hace poco a Dionisio Vilca,
tres padres que perdieron dramáticamente a sus hijos en diversos tipos de
accidentes que se convirtieron en casos emblemáticos y que conmovieron al país.
Los tres fueron en su momento calificados como PADRES CORAJE. Padres
ejemplares, padres excepcionales dignos de imitar y valorar.
Hasta hoy retumba en nuestros oídos, el grito desesperado de
Don Ciro Castillo en el Valle del Colca, llamando a su hijo y solo el eco de
las montañas gélidas respondían a su
llamado, cómplices silenciosos de la muerte de Ciro Castillo de una manera
extraña y llena de especulaciones dignos de una novela.
Hasta hoy recordamos la sobriedad, pero el llanto de un
hombre como Don Walter Oyarce Delgado, chachapoyano, nacido en el distrito de
Montevideo, que de un día a otro perdiera a su hijo Walter Oyarce Dominguez a
manos de unos extremistas hinchas en el
Estadio Monumental después de un enfrentamiento deportivo entre el Alianza Lima
y Universitario de Deportes. Un clásico amargo causado por la euforia y las
drogas o el exacerbado fanatismo de hinchas inescrupulosos que buscan descargar
su furia de renegados.
Sentimos en el alma, ver a Don Dionisio Vilca, llamar a su
hijo en la espesura de la selva del Sur del Perú, que fuera salvajemente muerto
por los grupos narcoterroristas que operan en la zona del VRAE y recibir
posados abrazos de las autoridades peruanas, que saben que son cómplices
indirectos de esta tragedia por su inoperancia y falta de plan estratégico para
combatir a las huestes subversivas que periódicamente enlutan familias
peruanas.
Los tres, indistintamente de su condición social, representan
el instinto natural de la protección hacia la familia, en este caso a los hijos
y es una muestra también del verdadero significado del dolor. Aquellos que no
hemos pasado por ese trance, quizá no entendamos la magnitud de la pérdida de
un hijo; peor aún por la forma como se fueron.
En nuestro país y el mundo existen miles de papás Ciro,
Walter y Dionisio que pierden a sus seres queridos en accidentes de tránsito,
en enfrentamientos de pandillas, en asaltos a mano armada o robos domésticos y
siempre culminan su trance con UN PEDIDO DE JUSTICIA. Esa justicia aletargada
por los procedimientos tediosos. Esa justicia que siguen los mismos protocolos
y que al final pasa al archivo del olvido. Esa justicia indolente que pone
condenas dependiendo del color y la billetera del victimario. Esa justicia que
cada vez es injusta ante el via crucis de mucha gente que hoy llora la ausencia
de un hijo o hija y comparte con pasión la silla vacía. Duele perder un ser
querido, como duele también la indiferencia y la indulgencia.
Ojalá estos casos emblemáticos. Estos sucesos no se repitan y
que el Estado agilice sus procedimientos y en tiempo tolerable sancione los
delitos. Y esperar que a futuro no se repita otro Ciro que muera abandonado en
una montaña, o un Walter tirado desde una tribuna de estadio o un César Vilca
acribillado por narcoterroristas.
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