Domingo por la noche llego a casa, mi esposa e hijos me miraron con picardía y algo de complicidad. Todos con señas de los ojos me hicieron voltear la cara a una caja, debajo de ella y bien tapada con una viaja chompa, un perrito negro con manchas blancas como cruz en el pecho, dormía protegida del frío.
No sabemos qué paso; pero sí era un deseo marcado en mis hijos de tener una mascota. Una mascota que tendría problemas porque nuestra casa es chica. No sé a ciencia cierta pero sucedió y ya está con nosotros. Esa misma noche llamamos al veterinario, nos preguntó por su raza, le dijimos que era un shih tzu. Son pequeños y muy juguetones y tienes que darle de comer cinco veces al día, preferentemente leche y babycan. A los tres meses tienes que vacunarlo, desparasitarlo y bañarlo. Ah, y sube todas las cosas del piso por que muerde todo lo que encuentra, me dijo.
Han pasado dos semanas que está en casa y ya perdió el temor a sus dueños, tiene dos cajas para que duerma: La primera es abierta y sirve para que descanse en el día y la más grande y cerrada para las noches. Tiene sus cinco pelotas de colores para que muerda y se distraiga en la azotea, tres depósitos para sus comidas, un depósito con arena para sus necesidades (que no lo usa) y cuatro personas que lo cuyan como si fuera una hija o hermana pequeña de la casa.
Nuestros horarios cambiaron radicalmente en casa. El desayuno ya ocupa todas las hornillas de la cocina: Agua hervida para ablandar la comida de Mochita (así se llama, porque tres de sus patitas tienen manchas blancas y sola una de ellas es totalmente negra) y para preparar la leche. Ella es como un reloj, a las seis en punto con sus gemidos nos anuncia que despertó y quiere salir de la caja. Como un preso que sale de la cárcel corre por todo sitio, busca su lugar preferido para orinar, salta, levanta sus patitas, te rodea por los pies, mueve su rabito con locura, la leche como llega desaparece. Cada día que crece es más juguetona, súper traviesa, ya tiene dos caídas por las gradas y muchos quejidos por meter el hocico donde no debe.
Cada día es una emoción verla correr. Su desesperación por estar con nosotros, su coqueteo al caminar, su gula por la comida y sus movimientos de gratitud que nos hace por ser sus dueños. Su pelo negro cada vez es más ensortijado, sus mechas blancas son como la nieve y muy brillante. Sus ojos azules por la edad, te miran con dulzura. Como dice mi hija: ¡Es una coshhhhhiiiitaaaaa!
Tanto es el delirio en casa, que los fines de semana todos subimos a la azotea a contemplarla por horas y ella sintiéndose el centro del mundo camina con garbo, mueve la cadera, saca su lengua, bosteza, salta e intenta ladrar.
Es una experiencia singular. Es un relajo contemplar a un animalito que con sus gestos se gana tu cariño. Un cariño que se viene convirtiendo en una debilidad familiar
1 comentario:
Muy bonito tu articulo, yo tengo 3 peeritos y son nuestra adoracion. Saludos
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