miércoles, 24 de febrero de 2010

REAÑO: EL CAPITARI DE GALILEA (PARTE II)


Es flaco, alto, narizón. Tiene los ojos verdes. El rostro arrugado por los 82 años que carga sobre el hombro. Tiene la mirada de niño viejo, de charapa inquebrantable. De capitari (tortuga) reproductor, de abuelo orgulloso por tener un nieto que toca como los dioses y canta en el grupo “Amaya”. Camina como si estaría saltando en ese fuego de tierra de Galilea que fácilmente llega a los 40 grados de temperatura. Tiene la piel roja, no solo de tanto ají deshidratado que come o de mucho maní frito que degusta en su casa y sus amigos. Es roja por su raza, una mezcla de un Reaño peruano con una Langer italiana, que por esas cosas del destino vive más de 50 años en Galilea, el puerto emblemático del Río Santiago. Es Victor Rosendo Reaño Langer, un amigo que en dos horas de haberlo conocido se me quedó en el corazón para siempre.

UN PERSONAJE FUERA DE SERIE

Juan Quezada, consultor de UNICEF, en toda la ruta fluvial hacia Galilea, me decía que hablar con “El flaco” Reaño es olvidar el tiempo y los problemas. Y vaya que es así. Concertada la cita, ingresamos a su casa en momentos que el cielo arde como si fuera infierno. Nos recibe con la pose de caballero. Saca su gorra, nos tiende la mano. ¡Bienvenido, doctor!, me entrega un trago hecho en su laboratorio artesanal, mezcla de clavo husca, toronja y miel de palo. Un tirón, adentro y cof,cof,cof. Un trago que arde pasa por tu lengua, garganta y el estómago pide chepa. No tenga miedo, la primera es así, la segunda no se siente y la tercera ni se despierta. Ja,ja,ja,ja,ja,ja.

Orgulloso con la visita, me muestra su galería fotográfica totalmente enmarcada. Tiene fotos históricas, fotos nunca imaginadas. Con Belaunde, con Lourdes Flores Nano, con una serie de curas, pero su preferido es con el Padre Manolo, un cura que murió hace tres años y tiene fama de extraordinario (espero contar su historia posteriormente). Otro trago y efectivamente el ardor es menor pero la mirada se enturbia. En su sala existe una hamaca, que dice que le sirve para dormir a panza tendida, ya que a sus ochenta y dos años ya hizo todo. Y todo es haber sido maestro en el Servicio Educativo Alto Marañón, ganando 16 mil soles al año en 1960. Todo es recordar que llegó embarcado en el Monitor BTM “ROCA FUERTE” en un largo viaje de ocho días y ocho noches. Todo es haberse divorciado de su primera esposa en Loreto y casarse con Alicia Dávila Vargas, indígena ella con la que tuvo diez hijos. Y todo es ser amigo sin interés de nada.

Contándome su historia, sale con una botella de plástico, la abre y hecha un polvo de color naranja en un plato al cual lo agrega maní pelado. A mí cuando me dan la mano yo me voy hasta el codo, así que con confianza pruébelo lo que le sirvo; pero me dice que con cuidado. Cojo un par de maníes y la meto a la boca. Ahhhhhhhhh, otro ardor que me quema las entrañas, un vaso de refresco de aguajina me calma el dolor. Es ají charapita deshidratada y maní frito me dice. Al poco rato no quedó nada de ají, menos de maní. Realmente, impresionante o espectacular y al mismo tiempo ingenioso. Nunca antes probé este tipo de ají, que es elaborado artesanalmente y dura todo el tiempo permitido por nuestros gustos. De recuerdo traje a casa para degustar con los amigos en el momento oportuno. Ah, me faltada indicar que también hace una mezcla química de ají, toronja, limón y sal, que una vez colada se convierte en ají líquido y se puede echar como complemento en la sopa o guisos. Es sin duda alguna, fuera de serie.
div>Víctor Rosendo, me cuenta que tres veces estuvo en Chachapoyas y que le gustó como nunca la ciudad y que extraña los panes de nuestra tierra. Esos panes que pude verlas increíblemente en vitrinas de Nieva. Me dice que sólo vino a Chachapoyas invitado por Belaunde Terry, el mejor presidente del Perú. Yo soy bien loretano y mejor peruano me dice. Me cuenta que cuando llegó a Galilea, era puro selva y que disfrutaba todo tipo de comida de monte. Hoy que es difícil de encontrar. Tan difícil es que no hay tucanes, ni loros, solo el río les da de comer mediante los boquichicos y el zúngaro (pez que mide más de un metro y pesa sobre los cincuenta kilos)

Ya entrada la noche, se acabó nuestra visita. Él poco triste, nos abraza, pide disculpas por las pocas atenciones. Antes de irnos nos pregunta si tenemos donde dormir ya que tenía siempre listo dos camas para sus amigos y que nosotros éramos parte de ellos. Nos tragamos la última copa, una copa marcada por la emoción de conocer a un hombre que cuando muera será leyenda, a un hombre sencillo y frágil; pero muy inteligente, caballero, amable, desinteresado que en las pocas horas que lo gocé, marca a uno la vida para siempre. ¡Sikuachat cumpa! (gracias, amigo)

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