¿Se ha dado
cuenta que casi nadie saluda, ni te devuelven el saludo en las calles? ¿Te cayó
un pelotazo en el cuerpo y escuchaste la risa de los chibolos? ¿Fuiste testigo
como un taxista acelerado, recorre velozmente las calles en tiempos de lluvia y
escuchaste su risa burlona por haber mojado al transeúnte? Y finalmente, si es
que alcanza a escuchar en tus oídos viejos, los más jóvenes dicen entre
murmullo ¿Quién es ese viejo o vieja que jode?
Puede
una sociedad coexistir con la modernidad y asumir los riesgos de la
globalización que te permite tener una mirada distinta del mundo contemporáneo,
pero existen sociedades que todavía no reaccionan a estos procesos de cambio,
tanto de instintos como de valores y conductas sociales. Una de ellas es sin
lugar a dudas la capital de Amazonas, que desde los últimos veinte años viene
sufriendo agresivamente migraciones compulsivas, sin orientación, sin servicios,
sin otorgarles elementos básicos para que vivan con calidad y confort; con ello
también, surge el rompimiento de los moldes cívicos con el que fuimos hechos
hace mucho tiempo.
La
generación “phone”, esta imbuida en sus auriculares y las redes sociales, la
generación “tablet” en sus rutinas diarias de juegos y lenguaje cibernético y
la otra generación “polilla” (es un decir) que es la mía, pensando en
sobrevivir y añorando esos años maravillosos donde ayudaba a mamá cargando su
canasta del mercado, comprar el pan en las mañanas, acompañar al viejo a sus
cuitas, sin dejar de valorar al amigo, vecino, al desconocido con un buen día y
apretón de manos.
La globalización no es un proceso
de liberación conducido por Dios. Tampoco es un proceso conducido por una
autoridad humana. Es un cambio de paradigma en las relaciones humanas de tal
profundidad que ni siquiera quienes están a la vanguardia de él saben adónde
puede conducir. Es hacer una reingeniería colectiva para insertar valores,
principios y actitudes de cambio que trasluzcan como resultado: respeto a los
demás y al bien común. No hay vuelta atrás, pero lo que sí está en nuestras
manos es pensar y conducir nuestro futuro.
Las escuelas deben diseñar nuevas
estrategias de conductas y convivencia, los padres asumir su rol y los jóvenes deberán
entender que su generación no es eterna, es solo una circunstancia y los
errores o fallas que se adquiere, duelen curarlas en la adultez, peor cuando la
vejez es una compañera silenciosa que nos acompaña hasta la tumba.
Vivir bien, es vivir en libertad y
la mejor expresión de ella es RESPETO, HONOR Y SERVICIO. ¡Nada más!
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