Eran las
tres de la madrugada. Esa noche me acosté temprano, hacía mucho frío en Pekín.
Los reportes indicaban que entrabamos a la estación de invierno. Frente a mi
cama estaba un televisor que cambiaba de canal con el control para ver los
programas que emitía la televisión China.
Entre idas
y venidas presté atención a unos descubrimientos arqueológicos hechos en la
provincia de Shaanxi.
Increíblemente uno detrás de otro podía apreciar más de ocho mil soldados
Terracota que parecían dormidos, inertes pero con portes altivos marcados por
la gallardía también.
¡ Tran,
tran! ¡Tran, tran,tran! ¡Tran, tran,tran!, escucho pasos fuertes por el
pasadizo del hotel, abren la puerta de mi dormitorio ¡Tran, tran!,
llegan los pasos al costado de mi cama. ¡Tái
qǐchuáng! (1), escucho decir, se acercan a mi cama, levantan el
cubrecama, me quitan la pijama y siento como entra una aguja en mi espalda
vomitando un líquido quemante. ¡Zhǔnbèi
hǎole, yībān! (2). ¡Tran, tran!, poco a poco los pasos se alejaban de la
habitación. Gemía, temblaba, sudaba frio, como imantado a la cama no podía
mover ninguna parte del cuerpo.
Un helado
aliento recorrió mi rostro, de reojo alcanzo a ver un casco dorado, unos
bigotes puntiagudos. De helado a tibio pasó el humor de su respiración. Nǐ sǐle háishì, huózhe (3), susurrando
se fue. ¡Tran, tran, tran, tran!. Entre sollozos mi cuerpo vuelve a la vida, el
televisor prendido irradiaba rayas o círculos blancos y negros. Una gota helada
baja de mi cabello bordeando mi nariz y labios para caer al piso de la
habitación. No sé si era la sensación o por el frio de aquella madrugada, al
impacto de la gota de sudor al suelo, pequeños halos de humo brotaban e inundaban
de un olor a pelo quemado en el cuarto. Con el dolor en la espalda, caminé
hacia fuera de la habitación alcanzando a ver una silueta dorada que lentamente
caminaba y se perdía en la sombra de la madrugada, fría, fúnebre, tétrica.
Insoportablemente fría, diría.
Entre
a la ducha, abrí con fuerza el caño del
agua fría, me moje desde la cabeza a los pies, no salí del agua pasado diez
minutos. Temblaba, prendí la calefacción, me tapé con todas las cubrecamas
posibles, pensaba, pensaba, solo pensaba, mientras escuchaba una grulla
desplazarse dando zancadas para atrapar insectos por fuera.
Por la
noche, en Guangzhou, nos llevan a un restaurante de comida cantonesa, todo no
tenía sabor, insípido, soso. Desde verduras, pescado, mariscos, carne de cerdo
ahumado, licor de arroz, agua, helados degustaba sin agrado. Muchas preguntas
me hacía sin respuesta, sorprendentemente el dolor de la espalda había
desaparecido, caminaba erguido y hasta con algarabía. Ese dolor que te hacía
sentar después de unos pasos, que te pedía a gritos un calmante era cosa del
pasado. ¿Qué pasó? ¿Qué pasó?. Una música ligera, sutil, placentera se
escuchaba que salía de una citara o guqin (4) y calmaba mis dudas y temores.
Bajo las
gradas en compañía de mis amigos, Víctor y Pedro me indican con la mano, mira
esa preciosidad, me dicen. Volteo, era un Terracota. ¡Sí!, idéntico al que
entró a mi cuarto, el que pasó su rostro cerca al mío y me dijo que si moría o
viviría. ¡Sí, era él!. Lo miré de pies a la cabeza, temblaba, fije mis cansados
ojos miopes sobre su augusta figura, a mi lado estaba Rosita, le pregunte quien
era. Me dice orgullosa, es una silueta que representa a los legendarios
guerreros de Xian, pero este es Qin Shihuang el Emperador que se hizo enterrar
junto a su ejército de barro por temor al “otro mundo”.
Movía mi
cabeza incrédulo por tener frente a mí la silueta de un legendario guerrero y
líder Xian, mis ojos no se cansaban de admirar y repetir preguntas de asombro.
¡Vamos! Escuché decir a mis amigos, caminando sin dar la espalda al guerrero me
alejé, no lo sé, quizá sea mi ilusión, vi mover su arma, bajar la cabeza,
confieso que corrí.
En mi oído,
solo alcance a escuchar Yízhi ni(5)
(1)¡Quiten la cubrecama!
(2) ¡Listo, General!
(3) Vives o mueres
(4) instrumento ancestral de
cuerdas de China
(5) Te curé
No hay comentarios:
Publicar un comentario