martes, 15 de abril de 2014

Cavernas de Omia: Entre la paz, la belleza y una mano divina



          
Confieso que he recorrido casi todo el departamento de Amazonas como explorador que busca el arca perdida, un eslabón que complete la cadena de la historia o una ficha del ajedrez para la jugada final. Hoy confieso que cuando más busco, más sorpresas encuentro en estos cerca de cuarenta mil kilómetros cuadrados de nuestro departamento y tal vez, ese “algo que falta” se encuentra en Rodríguez de Mendoza y sus cavernas.

            De San Nicolás a Omia hay un poco más de quince kilómetros, este distrito puede ser el centro del desarrollo turístico de toda la provincia. En sus 175,13 km2 se puede encontrar muchísimos legados naturales, arqueológicos y una variedad de submundos terrenales que la convierten en un motivo de atención mundial, al extremo, que sin mucha promoción, más de mil personas visitan el distrito para bañarse en las aguas termo medicinales de Tocuya o como Julio Verne, bajar casi al centro de la tierra en sus cavernas.


            Y me hice de una mochila, una linterna y muchas ganas por conocer el otro lado de la tierra. Esa tierra que dicen que en su centro quema como el infierno o que tiene capas de misterio propias de su envejecimiento milenario.

            Llegando a Omia, pregunto por Cesar Más Santillán y sus Cavernas de Omia y me dicen que ayshito vive, apuntando una casa sencilla pero lleno de propaganda de las cavernas. Sale a mi encuentro con la cara de hijo chachapoyano por ambos apellidos, me extiende la mano y me guía hacia lo desconocido. Para templar los nervios, me invita un pequeño vaso de aguardiente con miel de abeja. Tenga cuidado, agáchese bien no vaya ser que rompa alguna estalactita me dice e ingresamos a un mundo nuevo, marcado totalmente por la oscuridad.

            De plano, a menos de cinco metros unas inmensas columnas como ondas marinas o luces boreales adornan el ingreso y de pronto escuchamos una dulce melodía salida de un piano, u órgano armónico y Don Cesar me dice que eso lo enseñaron unos turistas de Chincha que con cajón en mano hicieron fiesta en este piano original formado por millones de gotas de agua llenos de carbonato, que en su fase inicial se llaman macarrón para tomar el nombre de estalactita o estalagmita con el paso de millones de años, siempre que la atrocidad del hombre ( muchas veces irracional) lo permita.


            Seguimos bajando con cuidado y protegidos por las luces de nuestras linternas y en cada paso, asombrosamente sobresalen decenas de figuras que cada visitante y de acuerdo a su imaginación pone el nombre. Da temor y asombro alumbrar la parte superior de las cavernas y ver como filudos dardos de agua mineralizada y petrificada siguen creciendo para formar columnas inmensas y uno se siente tan pequeño, tan desprotegido a descomunales formas caprichosas de la naturaleza, que pese a su maltrato por el hombre, sigue prodigándonos monumentales bellezas.


            Se respira a soledad, a pureza. En un parte del camino me alejo del tropel, apago mi linterna, cierro mis ojos y solo respiro, respiro y respiro. Solo escucho los pasos de mis amigos que se alejan, la caída de gotas de agua purificada que cloc, cloc, cloc suenan al chocar con una roca. Siento que soy dueño del mundo y mi soledad, me siento huérfano de todo y me lleno de una paz interior, que no tiene tiempo ni dimensión. Me regreso al vientre de la naturaleza humana y me siendo menos que nada. Siento vacio mi existencia, vacio mi cuerpo, vacio el pensamiento, vacio el raciocinio. Me siento libre de todo y solo respiro… y me imagino la mano de Dios haciendo todo esto.


            Dicen que la vida está marcada por las experiencias personales o colectivas y creo que nuestra vida sería nada si es que en algún momento no tomamos la determinación de conocer las Cavernas de Omia, que son mágicas, reales, a nuestro alcance y una razón más para sentirnos orgullosos de Amazonas.

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