De San Nicolás a Omia hay un poco
más de quince kilómetros, este distrito puede ser el centro del desarrollo
turístico de toda la provincia. En sus 175,13 km2 se puede encontrar muchísimos
legados naturales, arqueológicos y una variedad de submundos terrenales que la
convierten en un motivo de atención mundial, al extremo, que sin mucha
promoción, más de mil personas visitan el distrito para bañarse en las aguas
termo medicinales de Tocuya o como Julio Verne, bajar casi al centro de la
tierra en sus cavernas.
Y me hice de una mochila, una
linterna y muchas ganas por conocer el otro lado de la tierra. Esa tierra que
dicen que en su centro quema como el infierno o que tiene capas de misterio
propias de su envejecimiento milenario.
Llegando a Omia, pregunto por Cesar
Más Santillán y sus Cavernas de Omia y me dicen que ayshito vive, apuntando una casa sencilla pero lleno de propaganda
de las cavernas. Sale a mi encuentro con la cara de hijo chachapoyano por ambos
apellidos, me extiende la mano y me guía hacia lo desconocido. Para templar los
nervios, me invita un pequeño vaso de aguardiente con miel de abeja. Tenga
cuidado, agáchese bien no vaya ser que rompa alguna estalactita me dice e
ingresamos a un mundo nuevo, marcado totalmente por la oscuridad.
De plano, a menos de cinco metros
unas inmensas columnas como ondas marinas o luces boreales adornan el ingreso y
de pronto escuchamos una dulce melodía salida de un piano, u órgano armónico y
Don Cesar me dice que eso lo enseñaron unos turistas de Chincha que con cajón
en mano hicieron fiesta en este piano original formado por millones de gotas de
agua llenos de carbonato, que en su fase inicial se llaman macarrón para tomar
el nombre de estalactita o estalagmita con el paso de millones de años, siempre
que la atrocidad del hombre ( muchas veces irracional) lo permita.
Seguimos bajando con cuidado y
protegidos por las luces de nuestras linternas y en cada paso, asombrosamente
sobresalen decenas de figuras que cada visitante y de acuerdo a su imaginación
pone el nombre. Da temor y asombro alumbrar la parte superior de las cavernas y
ver como filudos dardos de agua mineralizada y petrificada siguen creciendo
para formar columnas inmensas y uno se siente tan pequeño, tan desprotegido a
descomunales formas caprichosas de la naturaleza, que pese a su maltrato por el
hombre, sigue prodigándonos monumentales bellezas.
Se respira a soledad, a pureza. En
un parte del camino me alejo del tropel, apago mi linterna, cierro mis ojos y
solo respiro, respiro y respiro. Solo escucho los pasos de mis amigos que se
alejan, la caída de gotas de agua purificada que cloc, cloc, cloc suenan al chocar con una roca. Siento que soy
dueño del mundo y mi soledad, me siento huérfano de todo y me lleno de una paz
interior, que no tiene tiempo ni dimensión. Me regreso al vientre de la
naturaleza humana y me siendo menos que nada. Siento vacio mi existencia, vacio
mi cuerpo, vacio el pensamiento, vacio el raciocinio. Me siento libre de todo y
solo respiro… y me imagino la mano de Dios haciendo todo esto.
Dicen que la vida está marcada por
las experiencias personales o colectivas y creo que nuestra vida sería nada si
es que en algún momento no tomamos la determinación de conocer las Cavernas de
Omia, que son mágicas, reales, a nuestro alcance y una razón más para sentirnos
orgullosos de Amazonas.
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