En
la vida todo se compara: Los nuestros con los vecinos, nuestra pobreza con la
riqueza del otro, nuestra “mala suerte” con la “buena racha” de los demás. Lo
bonito con lo feo, el bien con el mal. De esas comparaciones, muchas veces
odiosas, también se puede hacerlo en la vida política, económica y social de
nuestros pueblos. En esas comparaciones, podremos ser gigantes trasatlánticos o
simples canoas.
Amazonas,
es un departamento que tiene muchas cifras rojas, y muchas de ellas – a mi juicio
– irreales y por demás desproporcionados y todo porque tenemos que cumplir las
reglas de juego que nos ponen los titiriteros del “desarrollo mundial”. No hace
mucho argumenté que no se puede hacer las mismas comparaciones de desarrollo
entre un pobre ayacuchano, huancavelicano o puneño, con los pobres de Luya, de
Mendoza o de Bongará, sólo por el hecho de no tener un servicio básico
elemental.
Por
otro lado, se toma a las inequidades territoriales, geográficas y espaciales
para definir los tipos de “exclusión” en la que habitan los ciudadanos de
Amazonas o de cualquier parte del país. De allí que en un territorio vasto,
semi poblado como el nuestro, sigamos contando con población vulnerable en
todos sus extremos, pero al mismo tiempo de oportunidades.
Mucho
se discute, lo bueno, lo malo o lo repudiable de las campañas de esterilización
que se hicieron en el gobierno de Fujimori. Para Amazonas fue un golpe
terrible, ya que a menos niños que nacen, menos escuelas funcionan, más
profesores sin chamba y menos alternancia generacional tendremos en el futuro.
De allí que tendríamos que analizar desde el lugar en que nos encontremos y
hagamos ¿Qué queremos ser?: Barcos, lanchas o chalupas.
Ser
barco, es tener todo previsto. Es contar con equipo de relevo, preparado para
todas las contingencias en “alta mar”. Es portar miles de tripulantes que
planeen permanentemente una hoja de ruta para llegar a buen puerto. Es decir,
al objetivo que queremos.
Ser
lancha, si bien es cierto te da velocidad, pero no te garantiza tener el soporte
para avanzar, quizá en la ruta, encuentran fallas, obstáculos, tormentas y por
su poco peso hasta puede colapsar, entendiendo que “no por correr más rápido,
se gana la carrera”.
Finalmente
ser chalupa, es cargar todo lo que se encuentra al paso y que en el viaje puede
ser lastre y éste tu peor frustración. Además es lento y su motor no tiene
fuerza para avanzar. Quizá sea seguro, pero a la larga es más costoso y
complejo. Su lentitud puede traerlos más problemas.
“Somos
lo que somos porque lo queremos”, dice un dicho mediterráneo. Si esto es
verdad, entonces en la mente, las manos, el talento y la voluntad expresa de
cada habitante de Amazonas están el deseo de ser lo que queramos.
Si
queremos ser gigantes barcos que surquen los mares sin contratiempos, tengamos
comandantes o capitán a bordo con esa mentalidad, de lo contrario, en cada
esquina encontraremos voluntarios para conducir la lancha o chalupa y nos
llevarán por cualquier camino y en esa
ruta, hasta podemos perder la vida como territorio, como pueblo, como raza y
como proyección de futuro.
Particularmente
siempre he soñado y sigo soñando en que Amazonas sea ese trasatlántico que
lleve la esperanza al Perú. Que cuente con un guía que con trabajo e
inteligencia supere de a pocos esas brechas e inequidades que nos hacen ver
peor que “patito feo” en el mapa del desarrollo nacional.
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