Todos
estamos asistiendo directa e indirectamente a una maratón de informaciones que
nos pone en vilo y como si fuera una telenovela nos preguntamos ¿Y qué pasará
mañana? Estamos viviendo tiempos, donde la globalización de las comunicaciones
cumple un papel más que trascendente, pero al mismo tiempo minimizado por la
credibilidad pública.
En
ese proceso de credibilidad, surge la frase “vendedores de humo” o “cortinas de
humo”, muy bien aplicadas por el aprismo entre el 85 y 90 y al parecer,
extraordinariamente bien aprendidas por el nacionalismo. Estas estrategias, son
elementos distractores para orientar la atención de los públicos hacia temas
determinados y dejando de lado lo trascendente. Y lo trascendente ahora es, más
que las agendas, más que las capturas, más que los narco indultos, más que un
presidente saco largo, más que un cardenal copión, es que ESTAMOS VIVIENDO EN
UN PAIS que está tocando fondo en materia de INSTITUCIONALIDAD.
Estamos
viviendo en un país donde todo se compra y todo se vende. Estamos viviendo en
un país, donde el valor de la palabra VERDAD no existe y es reemplazado por el
chantaje. Estamos en un país, donde la conciencia del bien común viene dando
paso a “Agarren todo lo que se puede porque no tendremos otra oportunidad”. Es
decir, estamos viviendo en un país que se fracciona a pedazos y difícil, muy
difícil que encontremos un salvador para que coloque cada pieza en su lugar.
Por
eso y porque el nivel de desconfianza con nuestras instituciones es paupérrima,
es que todo lo que se hace o se diga es “humo”. Humo que intoxica, humo que
sofoca, humo que empaña, humo que nubla la gobernabilidad de un país otrora envidiado
por el mundo económico; hoy incierto, al extremo que un golpe de estado se
cierne a media voz en las esferas del poder.
Los
golpes a la delincuencia, a mi juicio, deben ser valorados. Eso es un indicio
que algo está cambiando y es una llamada a todo que delinque que tarde o temprano
sobre o debajo de la cama, será capturado. Nos dice también que nuestra Policía
Nacional, tiene ese deseo de recuperar la confianza de su población, pero pena
da, cuando esos esfuerzos no son reconocidos por la clase política, que usa cualquier
argucia para minimizarlo.
Termino.
Sin la confianza en las instituciones. Sin un proyecto país, todo lo que se
toque o diga será “humo” en el Perú. Y gran parte de esa humareda la generamos
todos los peruanos porque vivimos de emociones, antes que de razones.
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