Han pasado varios días, desde que me enteré del fallecimiento de un maestro, de un amigo, como lo fue el profesor Enrique Pastor Vigil Angulo. Por familiares directos supe hace dos meses que padecía de una dolorosa enfermedad. Esa enfermedad que en menos de lo indicado por los médicos lo llevó al cielo eterno.
He tenido el privilegio de ser su alumno en el Colegio San Juan de la Libertad, he recibido de él todas las indicaciones técnicas para asumir con el tiempo mi profesión de periodista. He conversado tantas cosas en el colegio para desarrollar los periódicos murales y he tenido el honor ser escogido por él y la plana directiva del colegio como Sub brigadier general el año 1,981.
He tenido la suerte de compartir fuera de las aulas, experiencias personales y profesionales, así como la corrección de mis libros. He tenido la suerte de compartir cosas no tanto personales que muchas veces me decía hola patita. Recuerdo mucho su aplicación profesional para conducir las clases, en esos años era igual de flaco y con más patillas y su inconfundible nariz aguileña, que cariñosamente lo decíamos “ñato” vigil.
Era todo un caballero, estudioso. Tenía una mirada fuerte, una voz que transmitía seguridad y aplomo. Su andar recto, uniforme y su trato respetuoso era motivo de malas interpretaciones como si fuera una persona adusta. Era un señor profesor, de esos, que lamentablemente ya no existen: Responsable, dedicado al trabajo, analítico y crítico de la literatura.
Don Hamilton, era las dos palabras que siempre escuchaba de él cuando nos cruzábamos por las calles. Lo veía en la Universidad donde fue Secretario General, en las aulas del Pedagógico donde fue docente, o en reuniones sociales cuando era regidor de la Municipalidad de Chachapoyas. Fue impulsor del Patronato de Chachapoyas y un hombre exageradamente ordenado y estoy seguro, sin temor a equivocarme que en su domicilio tendrá una colección envidiable de tarjetas y de cuando evento social se haya realizado en los últimos veinte años.
La última vez que lo pude ver y conversar un poco, fue cuando visitó la casa por la muerte de mi padre, de allí nunca más. Y ese nunca más duele, cuando sabemos que por la calle de la Merced, no se escuchará su silbido, no se podrá ver su silueta erguida caminando, su sonrisa fuerte y sus bromas inteligentes.
Ese nunca más, duele y duele muy fuerte, mi querido profesor.
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