miércoles, 20 de enero de 2010

HAITI: UNA VENA ABIERTA DE LA POBREZA EN AMERICA LATINA

Han pasado varios días, desde que el mundo abrió los ojos, revisó los mapas, buscó en google para ubicar a Haití, una pequeña isla con apenas 27,750 Km2 y 10 millones de habitantes que sufrió uno de los terremotos más devastadores de la historia, que hasta la fecha viene cobrando la vida de más de cincuenta mil personas. Cincuenta mil personas que se pudren a la intemperie o que son quemados sin un responso, sin un duelo, sin una misa, sin un rosario o un cordón. Murieron como mueren los pobres. Esos pobres de negro color que hoy son sujetos de compasión mundial.

Ricardo Arjona, genial cantautor centroamericano, sobre esta tragedia hizo el llamado a través de un comunicado, en el cual señaló que la isla siempre necesitó de la colaboración del resto del mundo, pero que el mundo sumido en su indiferencia y arrogancia esperó que Dios mueva un dedo y recién nos demos cuenta la realidad cruda de países como Haití y otros en África que pese a tener autonomía, gobiernos, ser nación, no saben vivir, ni como vivir.

Las cifras estadísticas de Haití son alarmantes que lo convierten en el más pobre de América: El 90% de los niños sufren de enfermedades hídricos y de parásitos intestinales, el 5% de la población adulta sufre de VIH-SIDA, el 40% de los niños acceden a los servicios de salud, el 47.2% es analfabeta, el 95% de los habitantes tienen procedencia africana, 270 personas habitan en un kilómetro cuadrado de territorio en la isla. Cifras que hoy se desnudan ante el mundo y que avergüenzan a todos.

Más avergonzados deben ser los presidentes que conforman el Grupo de los 8, que se reúnen para debatir cosas intrascendentes, los del Club de París, que dialogan y nunca llegan a nada, los elitistas que miran a los pobres por sobre los hombros y que quizá hasta se alegran porque podrán vender sus maquinarias para remover los escombros. Los del Club de Bilderberg, que se dice que son cien y que dominan al mundo en base a intereses grupales y miran al mundo con su gran mercado de negocios y los ricos que se pudren en dinero.

Haití, es una muestra de la otra cara de la tierra. Esa cara escondida que no muestra públicamente sus debilidades sociales y económicas. De ese otro mundo hecho mundo por la divina providencia. Esa otra cara de hombres y mujeres que arañan su pobreza todos los días y que nunca han conocido la palabra esperanza, un futuro mejor, un mañana diferente, un abrazo, una caricia y un consuelo.

Haití, hoy huele a muerte. Huele a dolor, huele a compasión. Compasión de todos los que se ufanan del poder mundial y que tienen el deber ineludible de reconstruir una nación, donde se tenga que proponer una reorganización política y ejecutar proyectos que permitan mejorar la calidad de vida de los haitianos y caribeños en general. Haití, es como lo decía Eduardo Galeano, esa vena abierta en América Latina que tiene que ser suturada para siempre y por siempre.

Ahora es Haití, mañana puede ser quizá nuestro país. Sea lo que sea, el mundo después de esta tragedia, tiene otro semblante, otro rostro, otra percepción de las cosas y para las cosas. Ojalá así sea

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